(Portada: Amaia Ballesteros)
Nowhere
girl what you had you need
Nowhere
girl all functional and neat
Nowhere
girl in self-imposed exile
Nowhere
girl a martyr-like denial
B-movie.
Nightmares in Wax
Esta historia no
habla de mí en realidad, y por eso no sé si es adecuado que diga mi nombre.
Sólo lo narro en primera persona porque así fue como he vivido todos estos
acontecimientos, y contarlos desde fuera, de manera externa, sería una extraña
manera de resultar leal y fiel a los sucesos.
Tampoco sabría
muy bien por dónde empezar a narrarla, la verdad. La literatura no es lo mío.
Eso espero que pueda quedar claro enseguida. No soy analfabeta ni nada
parecido, pero desde luego no voy a ganar ningún Premio Nobel, o como sea que
los llamen a este lado del Universo.
En realidad
tampoco sé muy bien por qué me ha dado ahora por ponerme en plan cuaderno de
bitácora a lo Star Trek. Bueno, un poco sí que lo sé. Sé que es el momento, el
instante adecuado para hacerlo. A veces uno lo sabe, y no necesita plantearse
ya nada más para ponerse a narrar. Es como cuando tocamos en directo, a veces
sale de dentro de uno la necesidad de una pequeña improvisación sobre el tema
que tantas veces has interpretado.
Vale, otra vez me
adelanté. Ya he dejado caer que somos músicos sin siquiera presentarnos de
manera adecuada. Pero mi nombre de verdad no importa. Dejémoslo así. Con Echo,
el mote por el que muchos me conocen, bastará, aunque no sea mi nombre de
verdad. Y como dije, no voy a hablar de mí más que lo necesario en esta
historia, así que de momento pasemos a mis compañeros, The Jammers.
Un nombre
ridículo, pensarán algunos. Pensadlo dos veces, pues más ridículo suena Pearl
Jam si uno se lo plantea, y ahí estuvieron arrasando Eddie Vedder y compañía en
su momento. Además, es un juego privado el motivo por el que lo elegimos,
porque no sólo somos un grupo de música, también lo que se podría llamar,
digamos, piratas de las ondas, “expertos en comunicaciones e incomunicaciones”,
como le gustaba decir a menudo a Distorsión.
Iré al grano,
entonces. De cara al público somos un grupo musical que mezcla guitarras
eléctricas con teclados y sintetizadores. Buscad una etiqueta si queréis,
nosotros ya hemos dejado de intentarlo: electrorock, trip-rock, ambient… ya se
inventarán los críticos alguna nueva en breve. Mientras tanto, si os sirve de
referencia, podríamos decir que somos como si Hooverphonic y Depeche Mode se
hubieran ido una noche de copas y en mitad de la fiesta se les hubieran unido
los componentes de Balamb Garden. Tenemos unos cuantos hits de importancia,
pero eso, si no viene a cuento, no me molesto en comentarlo ahora mismo. Os
vais a una tienda u os conectáis a la Llanura y los descargáis, miraré para
otro lado.
Bueno, esa es
nuestra vida pública, digamos. Pero como ya he dicho, tenemos una segunda vida
un poco más clandestina.
Para entenderla
un poco casi mejor que hablamos ya de hechos concretos.
Vamos a
situarnos en una de las colonias espaciales a las que fuimos de gira después de
estar en Ernépolis I. Cuál, mejor no decirlo. Un empresario nos había
contratado para incomunicar a su directo competidor el día en que había una
oferta de naves espaciales de última generación. Dado que ambas compañías se
dedicaban a la exportación, aquella que se las agenciara primero aplastaría a
su rival. No es que fuera un trabajo que nos agradara demasiado, total, ni nos
iba ni nos venía el negocio de esos sujetos. Además, con lo de la gira,
estábamos empezando a ganar pasta y todo, que era algo bastante nuevo para
nosotros (podían reservarnos plantas enteras de un hotel, vale, pero a la hora
de la verdad, de la calderilla contante y sonante, no nos habían adelantado ni
un miserable qin fuera de gastos de mantenimiento, alojamiento y comida).
Por eso cuando
el tipo empezó a darnos largas, y dijo que de momento no nos pagaría,
Distorsión se enfadó. Bastante, de hecho.
Ya mencioné
antes a Distorsión sin presentarle. Él es el cantante de The Jammers, el líder
del grupo en más de un sentido. Si yo no os voy a decir mi nombre porque creo
que no aporto nada haciéndolo, bástese decir que él se pondría furioso si se
conociera el suyo. Es celosísimo de su anonimato, por irónico que pueda
parecer. Tanto que cubre su rostro con un holograma que imita a la perfección
la nieve estática de los antiguos televisores. Bueno, eso lo sé yo, que me
chifla la cultura de los años ochenta del siglo veinte, y sé cómo es la nieve
de un canal no sintonizado, ya que en la actualidad se limita a mostrarse un
canal muerto y fundido en negro.
Distorsión era
buena persona, pero bastante irascible. Tenía un carácter complejo porque su
pasado lo era. La diplomacia no era lo suyo, digamos, como demuestra el hecho
de que tuviera a nuestro cliente agarrado de las solapas, a punto de levantarle
en vilo. Que por cara tuviera una interferencia en blanco y negro tampoco es
que ayudara mucho, la verdad.
—Te lo vuelvo a
repetir, queremos el pago, y lo queremos ya.
—Ya os lo he
dicho —interpeló el tipejo al que Distorsión amenazaba, apartándose y
alisándose el traje—, después de la compra de la nave el presupuesto de la
empresa está muy limitado, tendrá que ser más adelante.
Al lado de
Distorsión estaba Overdrive, el guitarra del grupo. Overdrive no era un ser
humano, sino un alienígena grisáceo cuya mano izquierda acababa en dos muñecas;
lo cual, como es obvio, le hacía ser un virtuoso del instrumento como pocas
veces se ha visto en la historia de la música.
Aparte de eso
solía destacar por ser el verdadero negociante de la formación, con cierta
facilidad para la palabra adecuada y la sonrisa tranquilizadora. No fue ese el
caso.
—Esta es la
tercera vez que nos da largas —se limitó a decir, tratando de tomar la voz
cantante para que Distorsión se calmara—. Páguenos ya.
Yo estaba junto
a ellos dos, lista para lo que hiciera falta. Detrás de nosotros estaban los
otros dos miembros del grupo, Delay y Fase. Delay era un tipo que se
caracterizaba por ser muy poco hablador y bastante serio. Era el bajista, y
siempre llevaba gafas y mitones de piloto como los de los combatientes de la
Guerra de las Ocho Colonias. En cuanto a Fase, era todo lo contrario, de hecho:
hablador, charlatán incluso, no callaba ni debajo del agua. Era el batería y
tenía un tatuaje en el brazo derecho que lo recorría de lado a lado, en el que
ponía “Ídolo Binario”. No me hubiera sorprendido verlo algún día también en sus
baquetas.
Sí, lo sé, os lo
estáis planteando. No he dicho nada de mi propio aspecto. Dejémoslo ahí de
momento, ya surgirá más adelante.
El caso es que
ahí estábamos los cinco, delante del tío que nos había contratado, y éramos un
crisol de emociones contrapuestas. Mientras que Distorsión estaba cabreado de
veras por ver cómo le estaban tomando el pelo, Overdrive no hacía más que
pensar cómo podía afectar ese escarmiento a nuestra reputación clandestina. Por
otro lado Fase estaba fastidiado por haber tenido que currar por nada, y Delay
sólo pensaba en el dinero que seguía sin llegar a nuestros bolsillos.
Por mi parte, yo
estaba harta. Harta de tener que tratar con gusanos como aquel, de tener que
hacer cosas que en realidad no me gustaban. Harta de saber muy bien cómo estaba
a punto de acabar aquello, como otras tantas veces. Teniendo que dar una
demostración de que íbamos en serio.
—Ya os lo he dicho
—prosiguió el tipejo sin más miramientos—, no pienso pagaros ahora.
Distorsión se
alejó unos pasos hasta llegar a un amplio ventanal octogonal que daba a un
almacén de carga de factura muy moderna e hiperfuturista.
—Ahí están tus
nuevas naves, ¿verdad? —se limitó a decir. Después de eso apoyó la mano en el
cristal y se quedó un rato concentrado, sin decir nada. No podía verse pero su
rostro estaba crispado por completo. Los demás lo sabíamos. Habíamos visto esa
muestra de rabia y violencia antes.
El cristal
estalló en miles de fragmentos frente a la mano de Distorsión. Al mismo tiempo,
docenas de cortocircuitos empezaron a producirse por todo el almacén, de manera
aparentemente aleatoria, pero no había que ser un genio para darse cuenta de
que no era así. No hubo explosiones, sólo descargas por todos lados, pero la
maquinaria había quedado inutilizada por completo, incluyendo las nuevas naves
de la empresa. No nos cabía la menor duda de ello.
Eso era lo que
Distorsión era, eso era lo que sabía hacer.
—¿Qué has hecho?
—gritó nuestro antiguo cliente, que obviamente ya no nos pagaría jamás—. ¡Os
mataré por esto! —dijo activando un botón que tenía disimulado en la chaqueta.
—¡Echo! —fue la
única orden de Distorsión. No me hacía falta más que eso para ponerme en acción
a tiempo. Montones de defensas teledirigidas trataron de dispararnos, pero
extendí la mano y ese mero gesto hizo que todos los disparos fueran rebotados,
la mayor parte hacia las propias máquinas, que se destruyeron unas a otras. Del
resto se encargó Overdrive, que con otro gesto de mano las apagó como si se
hubieran quedado sin pilas.
—¿Qué clase de
aberraciones sois? —interpeló el empresario, asustado.
Distorsión se
acercó muy lentamente. Trataba de fingir lo contrario pero estaba mortalmente
cansado. No era una trivialidad lo que había hecho hacía un momento,
precisamente.
—Somos The
Jammers. Somos los mejores en lo que hacemos. Y a partir de ahora, más te vale
que te quede claro que no se juega con nosotros —dijo largándose y haciendo una
seña para que los demás le siguiéramos.
***
Cuando llegamos
al hotel donde nos hospedábamos, en una zona completamente reservada para
nosotros, Distorsión fue hasta el sofá más amplio que encontró y se tumbó en él
sin decir una palabra. Resultaba extraño verle ahí, con ese perenne holograma
en el rostro, en apariencia calmado, pero yo sabía que con un torrente de
malestar por dentro, de la misma clase que yo estaba empezando a sentir
también. No se trata de que le conociera bien, que era el caso —aunque no le
conocía tan bien como lo hacían los demás—, todos habíamos pasado por ese
estado mental desde aquel primer concierto en Ernépolis I.
Muchos os
preguntaréis qué demonios pasó allí, en esa ciudad podrida de cielos
eternamente oscuros, suelos de ceniza y sombras furtivas que se deslizan por
sus callejones. Dejémoslo en que conocimos a ciertas personas que nos hicieron
replantearnos cuál había sido nuestra actitud hasta ese momento. Todos acabamos
por conocer a alguien que nos hace cambiar y de quien preferimos no hablar
demasiado. El pasado, pasado está.
Fase y Delay se
fueron a sacar bebidas del mueble-bar y Overdrive se recluyó en su habitación
para seguir practicando con la guitarra. Me quedé sola con Distorsión. Era el
momento de hablar.
—Sigues pensando
en lo que nos dijo, ¿verdad?
Distorsión giró
la cabeza, se levantó y comenzó a andar por la sala en la que estábamos, que
era en realidad un pasillo. Cuando estuvo en sombras, pulsó un botón y noté
cómo se desvanecía el holograma. Acto seguido se llevó una mano a la cabeza.
Distorsión siempre era tremendamente celoso de su anonimato porque detestaba la
fama efímera de los músicos de éxito, esa que arruinó tantas existencias, como
la de Michael Jackson o Kurt Cobain.
Pero en realidad, y eso ya lo sabíamos todos en el grupo, de quien más quería esconder su rostro era de sí mismo y el pasado que le perseguía.
—Un atajo de
críos irresponsables —dijo andando por la habitación, siempre en la penumbra—.
Así nos llamaron en esa ciudad.
Se quedó quieto
de repente.
—Y no dejo de
pensar desde entonces si no tendrán razón. Ni siquiera como piratas de las
ondas hacemos valer nuestra reputación, no nos toman en serio.
—Sabes que en
parte lo hacemos por el dinero, pero ahora que empezamos las giras eso podría
terminar. Podríamos cambiar, ser…
—¿Héroes?
—terminó Distorsión, con un tono de reproche—. Por favor, no me hagas reír,
Echo.
Iba a contestar
con alguna clase de comentario adecuado cuando Fase y Delay pasaron por allí,
cada uno con un aguijón en la mano, una bebida similar a la cerveza pero algo
más fuerte.
—¿Ocurre algo?
¿Se ha muerto alguien? —preguntó Fase con tono medio jocoso, pero Delay le
golpeó en el hombro y se largaron acto seguido, sin hacer más preguntas. Por
otro lado no lo he mencionado, pero ellos también tenían ciertas cualidades
especiales. Más sutiles, menos enfocadas a la acción, quizá. Pero no es ahora
el momento de hablar de ello.
—Dentro de poco
hasta Fase empezará a preguntarse qué me pasa —añadió Distorsión, volviendo a
activar el holograma.
—No es malo
tener dudas. Todos las tenemos. Es menos malo agitarse en la duda que descansar
en el error.
—De modo que
crees que he estado cometiendo un error.
Eso bastó para
hartarme en ese momento.
—Eres
insoportable cuando te pones así, ¿lo sabías? No creo que tú hayas cometido un
error, creo que todos lo hemos cometido. Nos hemos dejado contratar por sujetos
que, en el mejor de los casos, no tenían intenciones precisamente altruistas
cuando requirieron de nuestros servicios.
—Pero sigues sin
contestar a nuestra pregunta, qué se supone que somos ahora.
Tomé aire poco a
poco.
—No lo sé, la
verdad. Pero sé que a ninguno nos gusta, seamos lo que seamos.
Después de eso
se sentó de nuevo, y supe que ya no tenía sentido seguir hablando con él. Era
tan obstinado… todo un cabeza dura cuando quería. Y aun así, no podía evitar
sentir un aprecio sincero por él.
Salí del pasillo
enfadada, airada, y me crucé de nuevo con Delay y Fase. La apatía de Distorsión
se me contagió de repente.
—¿Dónde vas?
—preguntó Fase, siempre tratando de ser amigable en toda circunstancia.
—Necesito estar
sola —fue todo lo que se me ocurrió decir siguiendo mi camino. Sola. Qué
ironía.
Yo, que en el
fondo siempre lo había estado, de maneras que no podríais ni siquiera imaginar.
***
¿Cómo empezar a
hablaros de mí misma lo justo, lo mínimo, lo necesario de modo que no me desvíe
de la idea central, que es hablaros de todos los demás? Dejémoslo en que cuando
aquella nave me dejó en tierra —una nave de naturaleza muy peculiar, que no
viene a cuento revelar— yo venía de muy lejos, de hecho tanto que era el primer
viaje interestelar que hacía en toda mi vida. Sé que eso puede resultarle
increíble a muchos de los que están leyendo esto, pero así era. Nunca había
salido de mi planeta natal, y por ello la experiencia de bajar de aquella nave
y poner pie en un mundo nuevo era poco menos que algo alucinante para mí. Qué
digo alucinante, era un sueño sin precedentes, algo que hubiera matado por
contar a mis amigos, a mi familia, a todos los que había dejado atrás.
Pero eso no era
una posibilidad para mí. Ya nunca volvería a verles, y lo sabía. Dejémoslo así.
No quiero remover de manera innecesaria heridas viejas del pasado. Pongámonos
en que la situación es la siguiente: estaba sola en mitad de un mundo
desconocido, y todas mis pertenencias estaban en una vieja mochila, la mayoría
de ellas objetos sin más valor que el meramente nostálgico. Por supuesto a
bordo de la nave me habían ayudado lo indecible, más de lo que podré agradecer
jamás. Hasta me ofrecieron quedarme, pero yo quería ver mundo, no estar
reducida de nuevo a un espacio constreñido. Lo malo era que tenía tan poco que,
creedme, ni siquiera poseía algo que se pudiera considerar una identidad. En
serio. Tengo nombre, claro, no lo dudéis. Y lo usé mientras estuve en esa nave,
y me conocieron por él. Pero una vez desembarqué me aconsejaron que no lo
empleara bajo ningún concepto.
En parte por ese
motivo me dejaron en aquel planeta, llamado Wingbolt. Bueno, para ser preciso,
planeta no era la manera en que se denominaba. Wingbolt es uno de los llamados
Ocho Mundos Coloniales, los ocho primeros asentamientos realmente habitables
más allá de la Tierra. Eso quiere decir que aunque Plutón fue colonizado antes,
por ejemplo, nunca fue considerado por la especie humana como un mundo de
verdad. Ese sí fue el caso del lugar que comento, aunque se daba una
circunstancia más que molesta allí: siempre llovía. Y cuando digo siempre, es
siempre. El cielo estaba encapotado de manera constante, y la lluvia era más
bien tormenta, furibunda y con rayos y truenos como no había escuchado jamás.
Hacía bastante calor también, algo lógico cuando lo pensé después, porque de
ese modo el agua se evaporaba con mayor facilidad y ascendía de nuevo para
seguir completando el ciclo que la naturaleza había impuesto en aquel peculiar
lugar.
De modo que allí
estaba, calada y con una mochila al hombro, tratando de buscar algún refugio en
las amplias calles sólo para descubrir que, como todo el mundo se había
acostumbrado a la lluvia, habían dejado de añadir en los edificios,
tremendamente futuristas desde mi punto de vista, cornisas en las que
resguardarse.
Al fin encontré
una suerte de hostal en el que pude pagar con una tarjeta que me habían
preparado en la nave y que no guardaba mis datos, sólo un saldo en una moneda
que no había escuchado en mi vida y se llamaba qin, al parecer la divisa
oficial en la mayor parte de los lugares del Universo. Realmente tenía mucho
que aprender aún.
Me senté en la
cama de mi cochambrosa habitación, tras rechazar un par de desagradables
ofrecimientos para no pasar la noche sola, y vacié el contenido de mi mochila
sobre la colcha. Un neceser con champú, acondicionador, pasta y cepillo, un
pequeño secador, una pequeña toalla, y otras cosas más intimas. Medicamentos,
de los que no conocía uno solo de ellos y tenía apuntado para qué servían. Un
rotulador láser y un bolígrafo convencional. Cuartillas. Ropa limpia, más bien
poca. Y varios objetos más de uso personal, que no merece la pena enumerar.
En cuanto a lo
sentimental, aunque era poco, ocupaba la mayor parte de la mochila. En concreto
un walkman (autoreverse) con sus cascos, pilas y varias cintas; una gorra del
grupo Balamb Garden; y un pequeño continuum de dos octavas de longitud. Sólo
esto último lo compré fuera del hogar, digamos, y es como un teclado
convencional pero sin división entre notas, permitiendo toda clase de
fascinantes tonalidades. Creo que ya en el pasado lejano alguien lo utilizó,
tal vez los Dream Theater, muy dados a esa clase de instrumentos bizarros. En
todo caso yo me lo compré porque ocuparía poco sitio entre mis pertenencias. En
cuanto al walkman, era poco menos que una auténtica reliquia de museo, pero
mientras pudiera no me desharía de él jamás.
La gorra, por otro lado, era un absurdo recuerdo de infancia y temprana adolescencia, y como tal lo llevaba más por inercia que por otro motivo de peso real. Tuve la tentación de tirarla, pero me contuve y la dejé donde estaba, junto al resto de las cosas.
Después de lo que he contado será fácil suponerse que mis primeros meses de aclimatación no fueron precisamente fáciles. Tardé bastante en encontrar un empleo sirviendo copas en un garito de mala muerte, y en cuanto tuve unos escasos ahorros lo primero que hice fue comprarme uno de esos terminales con los que conectarme a la Llanura. Toda esa jerga era para mí como chino, pero dado que allá de donde venía siempre adoré la época de los años ochenta y noventa del sigo veinte, supongo que ayudará si digo que el terminal era algo así como un ordenador de esa época, pero mucho más manejable, modificable y ampliable, y la Llanura el nombre figurado con que se conocía lo que en esos tiempos se llamaba Internet, aunque infinitamente más perfeccionado. El nombre técnico en realidad era I27, pero todo el mundo lo conocía de manera coloquial como la Llanura porque los piratas informáticos que se habían conectado virtualmente decían que esa era la palabra que mejor describía lo que veían cuando estaban inmersos en la maraña de datos.
Uno puede
plantearse cómo es que me gustaba tanto aquella época antigua de la historia de
la humanidad. La respuesta, en realidad, no tiene nada de sorprendente: adoraba
la música de aquel entonces, y aquel que me dijera que estaba más que anticuada
corría el riesgo de tener que comerse sus palabras. Sobre todo me apasionaba el
rock y la música electrónica, y durante mucho tiempo practiqué con mi continuum
para tratar de reproducir algunos de los mejores solos y temas de aquel
entonces. Mi voz por otra parte no era lo mejor del mundo, pero para algo
valía, creía yo. Al menos tenía experiencia de haberme marcado unos bolos allá
de donde venía y había estado en varias formaciones, la mayoría entre amiguetes
o cosas similares, aunque estuve en alguna un poco más importante. De varias me
tuve que largar por culpa de algún componente que empezó a revolotear a mi
alrededor como un moscón, pero esa es otra historia.
En cuanto tuve
mi propio terminal lo primero que hice fue poner anuncios de que me ofrecía
como teclista para una banda. Al principio pensaba que por el hecho de tocar
uno de los instrumentos más inusuales de un grupo —guitarristas y bajistas hay
a patadas en todos lados— y por el hecho de ser chica que, quieras que no,
siempre es un plus en este mundillo, no tardaría en recibir contestación, pero
no fue así, y mi decepción no se hizo esperar. Para una cosa que sabía hacer,
no había manera de sacarla adelante, de modo que me hundí en mi pequeño y
patético mundo y seguí sirviendo copas mientras escuchaba a gente que tenía
menos talento y, sobre todo, menos ganas de tocar en directo de las que yo
poseía.
Un día, al fin,
dejé de lamentarme de mi situación y en vez de esperar a que mis deseos se
cumplieran solos fui yo quien se lanzó a perseguirlos. Fue así como cambié el
chip y, en vez de ofrecerme como teclista, busqué anuncios de grupos o bandas
que necesitaran uno. De ese modo me encontré con el siguiente ofrecimiento:
Banda de rock electrónico formada busca
teclista para sustitución. Ahora mismo somos batería, guitarra, bajo y
cantante, con lo que cerraríamos la formación. Buscamos a alguien con ganas de
pasárselo bien. Exigimos máxima dedicación, esto no es un hobby para nosotros.
Vamos en serio. Tenemos ya muchas maquetas y estudio propio, y estamos
empezando a negociar para directos por varias colonias.
Abstenerse mercenarios. Influencias: Depeche
Mode, Hooverponic, Disaster Area, Balamb Garden, Lacuna Coil, Delerium,
Garbage, Rammstein, Mike Oldfield, Creedence Clearwater Revival, Té Verde y la
Bandeja de Sushi.
Después de eso
venía una dirección de contacto. Al principio estaba asustada. Parecía que eran
muy severos, aunque un análisis un poco calmado del anuncio me hizo ver la mano
de más de una persona en su redacción. De todos modos pensé que por intentarlo
no perdía nada y les mandé un mensaje. También contesté a otros anuncios, todo
hay que decirlo, pero este era sin duda el que más me llamaba la atención.
No tardé en
recibir una respuesta, de hecho. Corta, escueta, pero clara y directa.
¡Hola! Hemos recibido tu respuesta y
tendríamos interés en ver qué puedes añadir a esto.
Y en el propio
mensaje, una maqueta de una canción a la que le faltaba el teclado. Me quedé
pálida. Yo era muy versátil en la interpretación del instrumento, pero nadie me
había hablado de componer. Aun así, traté de esforzarme y lo hice lo mejor que
pude, tratando de acoplarme al tono y la armonía general de la canción, que por
cierto me pareció muy buena aunque aún no tenía nombre ni melodía de voz.
Componía por el
día y por la noche servía copas. Me tiré una semana entera durmiendo apenas lo
justo, ya que tuve que hacer turnos dobles para poder pagarme una ampliación
del terminal y así poder grabar sonido. Podía haber empleado un programa, sí,
pero quería que vieran también mi soltura con el teclado, no sólo lo que
pudiera o no pudiera componer.
Cuando les mandé
la maqueta estuvieron poco menos que encantados, o al menos la persona con la
que hablaba por correo, y me la mandaron de nuevo ya con la voz puesta por si
quería “añadir algo”. Era una manera de grabar rarísima, pero que empezó a
parecerme muy curiosa, y de hecho llamó mi atención, de modo que añadí unos
coros a la voz con el fin de darle volumen y armonía, coros sin letra, aunque
luego también acompañé al estribillo.
Yo no lo sabía
aún pero acabábamos de crear nuestra primera canción como grupo, llamada The Ghost, y de las más recordadas que
haríamos jamás.
Después de eso
recibí una invitación a conocer al resto de los miembros del grupo, y para ello
me dijeron que una nave me iría a buscar a Wingbolt. Creo que se dieron cuenta
de que estaba realmente pelada de pasta. Poco sabía yo de ellos, por otro lado,
pero ya era mayorcita y si me metía en problemas no sería ni mucho menos los
primeros que experimentara.
La nave vino a
los dos días y me sentí un poco decepcionada cuando vi que era un convencional
modelo de dos plazas y de él bajaba alguien que, seguro, no era uno de los
componentes del grupo, de hecho ni siquiera parecía músico. Era un hombre ya en
sus cincuenta, de rostro adusto, gafas cuadradas y mentón anguloso. De más
joven debió ser bastante atractivo, en todo caso ofrecía un porte señorial, con
mucha presencia. Se acercó a mí y me miró fijamente.
—¿Tú eres la
teclista? —preguntó tratando de esbozar una sonrisa.
La pregunta no
era una tontería, como bien saben aquellos que alguna vez han quedado con
alguien a quien no han visto jamás. Respondí afirmativamente, sin abrir la
boca. Estaba un poco nerviosa.
—Yo soy Adrian
Harvester. Me puedes considerar algo así como el manager del grupo, por decirlo
de alguna manera.
—¿Manager? —no
pude evitar mencionarlo con cierta inquietud.
—Tranquila, me
ata una especie de lazo familiar con uno de ellos. No debes preocuparte,
tenemos plena autonomía. ¿Cuál es tu nombre? Nunca lo dijiste por terminal.
—Yo… me llamo…
Me miró,
extrañado.
—¿No sabes tu
nombre? O más bien, no puedes o quieres decírmelo.
—Es difícil de
explicar. Necesito estar en el anonimato.
Él me miró con
un gesto de compasión. Más tarde me dijo que comprendió hasta qué punto había
estado sola en esa colonia, ya que entendió que en todos aquellos meses no
había tenido que inventarme un nombre para que se dirigieran a mí y les bastaba
a todos con gestos e increpaciones.
—Tranquila,
pronto verás que lo que todos queremos, en cierto modo, es empezar de cero.
Aunque debió
haber sido al revés, eso me hizo sentir muy aliviada. No me importaba por qué
todos tenían algo que ocultar, sólo me importaba que a mí me pasaba lo mismo y
eso me bastaba.
Subimos a la
nave y estuvo un buen rato dándome conversación. Mi primera impresión de él fue
buena. Lejos de hablar de manera inmediata de la música intentó que me sintiera
cómoda, tranquila, relajada. Supongo que también era consciente de que había
tenido pocas conversaciones por placer desde que había puesto un pie en aquella
colonia.
—¿Cuál es
nuestro destino? —pregunté al fin, preocupada.
—Si lo dices por
posibles problemas con tu identidad, no debes alarmarte. No vamos a ningún
lugar sujeto a leyes concretas.
—¿Por qué confía
en mí a pesar de todo lo que no puedo contarle?
Se giró un
momento, aún manejando los mandos de la nave, y me miró con una leve sonrisa.
—No eres
precisamente la primera persona que conozco en esa situación —se limitó a
contestar—. Estamos a punto de llegar. Puede verse ya nuestro destino.
Al principio el
reflejo de una estrella cercana me impedía verlo con claridad, pero en cuanto
un planeta se interpuso entre medias pude distinguir el increíble lugar al que
nos dirigíamos. Era una estación espacial, o quizás un satélite, no lo sabía
decir bien. Era como una pirámide muy alta y truncada, con montones de
salientes en sus cuatro caras, grandes como pequeños edificios y llenos de
detalles tecnológicos labrados en el metal. Había mucho cristal también en su
composición, y la base poseía algo que parecían ser turbinas, o si no lo eran
lo evocaban de manera muy patente.
—¿Qué es ese
lugar? —no pude evitar preguntar, fascinada.
—Bienvenida al
Acorde Cósmico, nuestro estudio y sede —dijo solemne Adrian Harvester, al que a
partir de ahora llamaré Adrian, a secas. No es ningún misterio que también un
lazo de confianza acabó uniéndome a él.
La nave entró al
lugar por uno de aquellos salientes laterales y no tardó en ser acoplada por
medio de brazos robot que la guiaron y libraron a mi acompañante del pilotaje
humano. De ese modo los últimos tramos los efectuamos de manera lenta pero con
precisión total.
Nada más
detenernos del todo Adrian me dejó bajar a mí primero y me fue guiando por los
tecnológicos pasillos, todos ellos labrados con artefactos completamente
incomprensibles para mí, pero dejándome la patente sensación de que era como si
estuviera dentro de una inmensa máquina de máquinas, a cada cual más extraña y
sofisticada. No tardamos en llegar a una sala de factura similar, pero con
asientos y mobiliario habitual y que contrastaba con la exagerada tecnificación
del entorno, así como con amplificadores, guitarras, una batería y otros
instrumentos en un lateral. Allí había tres ocupantes, que me fueron
presentados uno por uno.
—Como ya te
dije, todos aquí tienen cosas que olvidar, de modo que cada uno ha elegido como
seudónimo el efecto de una pedalera de guitarra eléctrica. Este de aquí es
Overdrive, el guitarrista.
Mi fascinación
fue en aumento. Overdrive no era humano. Era un alien, perteneciente a una
especie muy rara y casi extinta llamada los Exiliados. Sabía que existían, de
hecho, pero jamás había visto ninguno. No sabía si darle dos besos o no y al
final fui a estrechar su mano gris cuando vi que poseía dos manos al final de
la muñeca y me quedé quieta, sin saber cómo debía hacerlo.
—Tranquila, le
pasa a todo el mundo —explicó Adrian con calma—. Este es Delay, el bajo
—prosiguió señalando a un chico con gafas y mitones de piloto al que sí di dos
besos— y este es Fase, el batería —terminó señalando a otro chico, con el
tatuaje de “Ídolo Binario” que en su momento ya describí y que saludé de manera
similar.
—Hola, espero
que estés muy bien por aquí —dijo tratando de ser algo menos escueto que los
demás, y comprendí que él debió ser con quien hablé la mayor parte de ese
tiempo.
—¿Dónde está
Distorsión? —preguntó Adrian, y le vi torcer el gesto por vez primera desde que
le conocí.
—Ahora vendrá
—se limitó a comentar Overdrive.
—De acuerdo. Mientras
tanto, creo que sería bueno que eligieras un nombre para ti misma —me
aconsejó—, de modo que podamos llamarte con él, y que sea acorde con el de los
demás, aunque si quieres ponerte otro por otro motivo no tenemos el menor
problema.
—No, me gusta lo
de los efectos. No sé mucho de efectos de guitarra, pero desde que he llegado,
he notado que mi voz hace eco en muchos de los sitios por los que paso. Así que
podéis llamarme Echo, como el efecto sonoro.
No pude evitar
notar una ligera risilla en Overdrive, así como en Fase.
—¿Qué ocurre?
—Desde que
llegamos a este lugar —explicó Overdrive— todos nos hemos puesto el nombre
porque algo en el ambiente nos motivó a hacerlo. Delay lo hizo porque pensaba
que este lugar era una pausa a sus problemas. Fase se sintió como si estuviera
más allá de lo conocido, desplazado, en una fase distinta. En mi caso, este
lugar pertenecía a los antepasados de mi especie, y la primera vez que llegué
aquí solo sentí que mi voz era inmensa, amplificada en todas sus paredes, por
eso elegí Overdrive, que produce el mismo efecto en una guitarra.
—Hay otro motivo
personal también para ello, aunque no importa, ya lo diré en alguna otra
ocasión. Digamos que Echo ya era mi mote, en cierto modo. Qué hay de…
¿Distorsión, se llamaba?
Nadie dijo nada.
Sólo Adrian me miró con afabilidad, tratando de decirme que todo estaba bien.
—Su caso es
distinto. Él se lo puso…
—… porque su
presente es sólo una distorsión de lo que fue su pasado —dijo un chico entrando
en la habitación, con el rostro lleno de quemaduras, y de quien no tuve la
menor duda que era el cantante y líder de aquella formación.
ENLACE A LA
CANCIÓN ‘THE GHOST’:
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