(Portada: Amaia Ballesteros)
You
and me
We’re
in this together now
None
of them can stop us now
We
will make it through somehow
Nine Inch Nails. The Fragile
¿Dónde me quedé
la última vez? Ah, sí. Os estaba diciendo cómo conocí a los que serían mis
compañeros de grupo, The Jammers. Bueno, os conté un poco de mi vida anterior,
no demasiado, pero creedme, no es el momento para hablar de eso ahora. Aparte
que no sé con qué cara os quedaríais si os dijera la verdad.
Vamos a dejarlo
en lo siguiente: mi nombre es Echo (y ese es mi nombre a efectos prácticos), y
tras una tortuosa huida de mi hogar me dejaron en la colonia de Wingbolt, el
sitio ideal para perderse durante un tiempo. Allí trabajé duro para salir
adelante y respondí a distancia a un anuncio en el que se buscaba teclista para
una sustitución en un grupo. Entablé relación con la banda, comenzamos a
componer a distancia y pasé su filtro, por lo que me admitieron para ser parte
de ellos. Su mánager, Adrian Harvester, fue a recogerme y me llevó a su estudio
personal, un alucinante satélite en órbita llamado el Acorde Cósmico. Allí
conocí a Overdrive, el guitarrista, un alien grisáceo de dos manos izquierdas;
Delay, el bajo, un sujeto poco hablador con gafas y mitones de piloto espacial;
Fase, el batería, todo lo contrario en términos de conversación, con un tatuaje
en el brazo derecho en el que ponía “Ídolo Binario”; y Distorsión, el cantante
y líder del grupo.
De hecho, si no
me falla la memoria, creo que me quedé justo ahí, hablando de Distorsión.
Como creo que
comenté, cada uno de nosotros eligió su seudónimo de modo que todos fueran
tipos de pedal de una guitarra. A veces pienso que Distorsión se hubiera
llamado así aun a pesar de ello. Ya dije que tenía todo el rostro con
quemaduras, no de modo horrible pero sí más que notable. De hecho, lo que
cuando le vi hizo que su rostro pareciera hostil, más que ese detalle, era su
expresión, con el ceño fruncido y cara de enfado, como si fuera un comandante y
acabara de perder una batalla.
Estaba
convencida, sin género de dudas, de que podría pasar sin el menor problema por
atractivo si se mostraba más amable, más cercano. Pero no parecía tener interés
en ello.
Lo cierto es que
un simple vistazo me bastó para darme cuenta de que sus peores cicatrices eran
internas. Y el tiempo no me quitó en absoluto la razón.
El caso es que
al margen de su actitud esquiva, Distorsión era buena persona, alguien que está
dispuesto a ayudar a los que lo necesitan. Varias veces hemos hecho algún
trabajito gratis, aunque él dice que sólo lo decidió así porque más que el
dinero necesitábamos practicar. Tiene cierta labia también, como puede verse,
aunque no tanta como Overdrive, cuyo aspecto inhumano le ha obligado a tener
que ser todo un orador en el sentido literal de la palabra.
Hablando de eso,
al poco de conocer a mis nuevos colegas no tardé en darme cuenta de que
Distorsión quería ser menos que humano. No hay más que pensar en la siguiente
anécdota. A los pocos días de conocernos todos empezamos a hablar de nombres
para el grupo —no nos decidíamos— y de posibles símbolos distintivos que
hicieran más sencilla nuestra identificación individual sobre un escenario.
Queríamos ser como Queen, un total superior a la suma de las partes, y para eso
tuvimos claro que todos teníamos que sentirnos como pieza clave en la
formación.
En el caso de
Overdrive era evidente que no hacía falta nada para distinguirle, el tono gris
de su piel lo decía todo sumado al hecho de que su especie era extremadamente
rara, no tanto como los infectos Axcronianos, pero casi. Y no me
malinterpretéis, no tengo nada en contra de esa especie, pero en la actualidad
sólo se le conoce un miembro vivo y cuando le conocí casi hubiera preferido que
estuviera extinta por completo. Ya hablaré de ello más adelante.
Con respecto a
Fase, su tatuaje ya era bastante llamativo así del natural, igual que la
costumbre de Delay de llevar aquellos accesorios de piloto espacial que tenía
de antaño. Eso nos dejaba sólo a Distorsión y a mí pendientes de tomar una
decisión. En mi caso tardé unos cuantos días pero en cuanto lo tuve claro ya no
dudé. Eran pocas las pertenencias que tenía, y aquella gorra de visera donde
ponía “Balamb Garden” tal vez la única que rememoraba de manera clara mi
pasado. Me gustaba además la idea de poder variar de estilo usando otras gorras
de diseño distinto y con nombres de otros grupos, y también quería alejarme de
ese concepto tópico de las mujeres florero en los grupos de música y así, por
ejemplo, tapar en parte mi cara o mi pelo en los directos, como hacía Slash en
los Guns & Roses.
Pero la elección
de Distorsión no fue tan inmediata. No quiso decir a nadie qué tenía en mente,
según él porque no estaba seguro de poder replicarlo, y por las noches, en el
Acorde Cósmico, se encerraba en su cuarto —o una de las salas hiperfuturistas
que había habilitado como su habitación, para ser más precisos— construyendo
una suerte de dispositivo, o algo así nos dijo.
Fue en aquel
entonces cuando me enteré, de la voz de Overdrive, de su talento para la
ciencia y su vocación frustrada en ese sentido.
—Ha construido
la mayor parte de nuestro equipo, desde pedales hasta amplificadores, e incluso
calibró los platillos de Fase para que, según nos dijo, “su forma cumpliera con
el patrón óptimo de la ecuación de ondas”.
—Nunca lo
hubiera pensado. Parece tan… callejero.
—Es poco lo que
sabemos de él, en realidad.
Y menos aún lo
que contaba. Adrian sabía algo más, sin embargo parecía tan reticente a hablar
como el propio Distorsión. No porque tuviera nada que ocultar, sino porque,
como él mismo me dijo un día, Distorsión le hizo prometer que nunca diría nada.
Adrian, de hecho, quería a Distorsión como si fuera su propio hijo, aunque no
era ese el caso. Era, en cierto modo, su padre adoptivo, aunque también era
verdad que Distorsión ejercía una cierta influencia sobre él, de modo que eran
a medias familia, a medias amigos. Sin ir más lejos, fue Distorsión quien le
convenció de que todo aquello de la música era una buena idea, algo por lo que
merecía la pena levantarse cada mañana.
Había, sin
embargo, una duda que me atenazaba por dentro. Algo que quería preguntar y no
sabía cómo sacar a relucir, pero sí tenía claro que quería preguntarle al
propio Distorsión en persona, porque si nadie había mencionado nunca nada era
porque, de algún modo, tenía algo que ver con él.
—¿Qué fue del
componente al que sustituyo? —le pregunté un día en su cuarto, mientras seguía
perfeccionando su misterioso aparato. Fue entonces cuando le vi con el torso
desnudo y aprecié una extraña cicatriz en su costado derecho, llena de
punciones, cauterizada y profunda como si se tratase de un agujero.
—¿Qué te han
contado los demás? —espetó a la defensiva.
—Nada. Por eso
te pregunto a ti. Si no quieres contármelo no pasa nada.
Estaba ya
dispuesta a marcharme cuando comenzó a hablar. No me estaba tirando un farol ni
nada parecido. Tratándose de él, fácilmente podía haber terminado la
conversación en ese momento.
—Eligió para sí
mismo el nombre de Reverb. Overdrive le conoció, y Adrian también. Fue suya y
mía la idea de formar un grupo.
—¿Hubo
problemas? ¿O decidió dejar el grupo por otros motivos personales?
—Él nunca
hubiera dejado el grupo —fue su directa respuesta. Después de eso su mirada se
desvió a la cicatriz de su costado.
—Esa cicatriz…
tiene que ver con ello —no fue una pregunta lo que hice, sino una afirmación.
—Dejémoslo en
que no está y ya no volverá —dijo zanjando el asunto de manera radical.
De modo que ese
tal Reverb, que como poco debió ser el mejor amigo de Distorsión, o uno de los
mejores, había muerto. Sólo tenía que verle hablar de él, por poco que lo
hubiera hecho. Un accidente, tal vez. No había manera de sonsacárselo.
Varios días
después Distorsión no tardó en mostrarnos al fin el resultado de sus ratos de
reclusión voluntaria. No pude evitar una sorpresa cuando vi que apretaba un
botón y un holograma cubría su rostro. Era igual que la nieve de los
televisores antiguos de señal analógica, pero para los demás resultaba aún más
fascinante pues no habían oído hablar jamás de esa clase de televisores y, por
supuesto, menos aún de la clase de interferencias que en ellos se podía
producir.
—En adelante
este será mi rostro público, y la excusa de por qué me llamo Distorsión
—proclamó con solemnidad, dejándolo encendido. Muchos rockeros suelen llevar
gafas oscuras para ocultar su mirada. Él fue un paso más allá.
En una esquina
de la habitación Adrian miraba con cierto disgusto el devenir de los
acontecimientos. Nunca se opuso, pero era evidente que no le gustaba la manera
en que su hijo adoptivo se torturaba a sí mismo.
***
Durante mucho
tiempo no supe nada más de ese tal Reverb ni de qué fue lo que ocurrió para que
Distorsión lo quisiera olvidar con tanta vehemencia. Nunca pregunté, por otro
lado. Pero después de que todos sintiéramos que no nos gustaba ser piratas de
las ondas, mercenarios a sueldo de cualquier indeseable con pocos escrúpulos y
mucho dinero, no pude evitar volver a sacar el tema. Sabía que en cierto modo
ese incidente guiaba sus acciones y decisiones y eso nos involucraba a todos en
segundo grado, porque no solíamos cuestionar sus órdenes, aunque fueran
equivocadas. Éramos muy conscientes de la necesidad de estar unidos, y de tener
un líder como él, con carisma a pesar de sus defectos.
Aunque yo misma
estaba nerviosa, pues no en vano ya le había confesado que no me gustaba la
clase de vida que llevábamos, Distorsión parecía algo más tranquilo, casi se
diría que relajado. Pensé que sería una buena ocasión para sacar el tema. No
pude cometer mayor error.
—Ya te dije que
murió con palabras menos directas, ¿qué quieres escuchar ahora? —fue todo lo
que comentó sin retirar el holograma. Los demás se habían ido de juerga a la
pequeña colonia en la que habíamos estado tocando y probablemente no volverían
hasta el día siguiente.
—A veces tengo
la sensación de que no pasa un solo día sin que dejes de pensar en ello.
¿Seguro que no quieres hablarlo, contárselo a alguien?
—Eso no le
traerá de vuelta —contestó con dureza.
—Pero a ti te
ayudará.
—Tú también
tienes tus problemas que no nos cuentas, y no te veo con ganas precisamente de
hacerlo.
Aquello fue un
golpe bajo, y tenía razón, pero me dolió viniendo de alguien como él. Ya se
sabe que los que te quieren son los que más daño te hacen.
No dije nada,
pero era evidente que Distorsión comprendió que se había pasado. Apagó el
holograma y pude ver en sus ojos un arrepentimiento sincero.
—Lo siento —dijo
sin más. Era muy, muy raro oírle comportarse así, reconocer sus errores de esa
manera, sin tapujos.
Yo no pude, por
desgracia, estar allí más tiempo. Me había hecho daño, y quería estar sola. Por
eso me levanté y me marché pasillo abajo.
—De verdad, lo
siento —insistió—. Ya me he disculpado, ¿qué más quieres?
No contesté.
¿Qué podía decir? No lo sabía. Mientras me marchaba noté cómo las bombillas a
mi espalda estallaban, como consecuencia de que Distorsión, cuando está
inquieto, molesto o enfadado, pierde el control de sus poderes. Su capacidad de
estropear máquinas era mayor en intensidad a nuestras respectivas habilidades,
pero tenía también sus consecuencias, y esa era una de ellas.
Un rato después,
cuando estaba sola en mi habitación del hotel, Adrian apareció. No iba con
nosotros en las giras pero solía personarse cada varios días para cerrar
acuerdos y comprobar que todo marchaba como estaba estipulado por contrato.
Llamó a la puerta con delicadeza y le dije que pasara. Yo estaba jugando con
una de mis gorras, rotándola con el dedo índice. Distrayendo la mente, más que
otra cosa. Ni siquiera recuerdo a qué grupo homenajeaba.
—Lamento lo
sucedido.
—Supongo que es
para él algo demasiado difícil de recordar y por eso prefiere la rabia a
enfrentarse con el dolor.
—Dale tiempo. Yo
podría contártelo, pero siempre será más valioso que sea él quien dé el primer
paso. Aparte de que me mataría si se enterara de que te lo he dicho —dijo
quitándose sus gafas cuadradas, en un tono todo lo bromista que pudo emplear.
—¿Tiene algo que
ver con el hecho de que sus poderes sean de mayor intensidad que los nuestros?
—dije de repente. Adrian me miró asintiendo con la mirada, pero sin contestar
con la voz ni el resto del cuerpo.
—Confía en él.
Es buen chico, sólo tiene que darse cuenta de ello —se limitó a decir antes de
salir de nuevo de la habitación.
En este momento
creo que sería conveniente que volviera otra vez atrás, al pasado, y contara la
historia de cómo obtuvimos nuestras habilidades. No sólo por atar bien todos
los cabos, también porque en ese momento yo no lo sabía, pero algo iba a traer
ese fatídico día a la memoria colectiva de nuevo.
***
Poco después de
que Distorsión acabara su holograma y nos lo mostrara, nos pusimos a ensayar
muy en serio. Teníamos todo el tiempo del mundo por delante, y al estar juntos
en el estudio, más aún, vivir en él, todo momento era propicio para practicar
temas, preparar partituras o tablaturas y retocar fragmentos de cara a buscar
un mejor sonido en directo. No siempre estábamos todos disponibles al mismo
tiempo, pero siempre acordábamos algunos momentos del día fijos en los que
reunirnos y acostumbrarnos a tocar juntos. El resto de los instantes eran más
bien incidentales, y podía pasar que por ejemplo Delay y Overdrive se fueran a
una sala aparte a coordinar guitarra y bajo, o yo me pusiera de acuerdo con
Fase para añadir mi teclado a su batería y crear juntos un sonido base preciso
como un metrónomo.
Tengo que decir
que uno de mis temores iniciales, que era que alguno de los miembros del grupo
se lanzara a intentar ligar conmigo a la primera oportunidad, fue totalmente
infundado. Todos estaban tan centrados en el grupo que su dedicación, aparte de
rayar en el perfeccionismo más absoluto, era más que contagiosa, hasta tal
punto que resultaba difícil adivinar quién fue el germen de ese método de
trabajo y quiénes los que se acabaron acostumbrando a él.
En términos
compositivos Overdrive era el terreno de cultivo en el que los demás
plantábamos nuestras semillas. A veces creaba una maqueta casi completa y los
demás nos limitábamos a realizarle añadidos y retocarla en términos de
producción, lo que no es ninguna tontería tampoco. Otras veces creaba pequeñas
composiciones acústicas, o simplemente acordes, puentes o estribillos sin
melodía vocal, que los demás dotábamos de ritmo o sintetizadores. El proceso era
variable y rico en matices según el caso.
Lo que no
cambiaba nunca era que Distorsión se encargaba de poner letra a todas las
canciones con la única y lógica excepción de las escasas versiones que
grabamos. Su voz, además de profunda y magnética, estaba cargada con un
incierto halo de sonido ambiental. Podía transmitir dureza sin tener que gritar
ni realizar gruñidos, y eso era algo hermoso, extraño y difícil de imitar. Se
notaba mucho su influencia de Balamb Garden y Depeche Mode en ese sentido. Por
otro lado, además, sus letras eran extrañas, misteriosas y en ocasiones muy
crípticas. Contaban historias emotivas más que emociones crudas, como hacen la
mayoría de las canciones, y las unía de tema en tema, creando extensas tramas
conceptuales. La mezcla de rabia con tristeza era muy patente, aunque tengo que
decir que cuando Distorsión se marcaba una letra animada, sabía hacer saltar al
público mejor que nadie. Pero no era ese su principal interés, sin duda. A
veces parecía que componía más para sí mismo que para los otros. Toda
creatividad, supongo, tiene gran parte de egocentrismo.
El que más horas
pasaba practicando era, sin duda, Distorsión, aunque también solía leer a
menudo libros y panfletos técnicos que encontraba en el Acorde, herencia de sus
antiguos poseedores. En realidad su instrumento iba con él a todas partes y
estaba en todos lados donde fuera, lo que le impedía desconectar en ningún
momento. Incluso en sus ratos libres, trasteando con chismes variados que
construía o tratando de entender las extrañas máquinas del estudio que
pertenecían a los Exiliados, la especie de Overdrive, no hacía más que tararear
tratando de seguir mentalmente el ritmo de los temas y ajustarse con precisión
milimétrica. No tenía mucha idea de teoría musical, por no decir ninguna, pero
su dedicación era realmente ejemplar, fuente de inspiración para otros. Conocía
todos nuestros instrumentos y hacía grandes esfuerzos por tocarlos y entender
cómo se componía con ellos. A veces creo que sabía interpretar en el pasado
varios de ellos, pero nunca dijo nada al respecto, y aunque así hubiera sido,
tuve la sensación de que prefería centrarse en su propia parte más que tratar
de acaparar un protagonismo que no sentía que le perteneciera. Era irónico, por
otro lado, que mostrara esa modestia que no solía enseñar jamás en público,
como si tuviera doble personalidad. Y en cierto modo, la tenía.
En ese periodo
Adrian pasaba más bien poco tiempo en el estudio y mucho realizando el trabajo
sucio que nosotros no sabíamos hacer, y que consistía en ponerse en contacto
con locales de lejanas colonias para ir preparándonos el terreno para giras.
Tampoco fue fácil para él convencer a las emisoras de cada uno de estos lugares
para que dieran una oportunidad a nuestra música y así pudiera llegar a los
oídos no sólo de los habitantes de esos miniplanetas sino a los viajeros de
paso, camioneros estelares y muchos otros nómadas del Universo esperando poder
distraerse un rato en largos trayectos y saltos de un lado a otro de la
Galaxia.
En cuanto a la
Llanura, Adrian logró sellar una especie de acuerdo con muchos sitios virtuales
para que alojaran temporalmente nuestros temas, sorteando obstáculos para
negociar para nosotros unos porcentajes que no estuvieran cercanos a la
explotación, como solía ser la mayoría de los casos.
Fue precisamente
en ese periodo en el que más tiempo se tuvo que ausentar, pues debía pasar días
completos, según cómputo estándar, con los jefazos de esas páginas,
convencerles de que nosotros éramos el no-va-más, de que cometerían el error de
su vida de no contar con la banda en sus campañas. La cosa iba bien, aunque
Adrian ya nos avisó que fuéramos empezando a pensar que lo más seguro es que
nos impondrían hasta nuestro nombre, entre otros muchos acuerdos leoninos que
nos tenían reservados, y que no sería nada comparado con lo que estaba
intentando renegociar.
Uno de esos días
estábamos todos ensayando en la habitación principal y sala de ensayo, aquella
en que nos conocimos, cuando recibimos un aviso del exterior. Desconectábamos
todos los aparatos de comunicación cuando practicábamos, pero alguien debió de
dejarse uno operativo. En todo caso ya habíamos tenido que parar, por lo que
poco importaba contestar a la llamada. Yo misma agarré el extraño y amorfo
auricular, para un estándar humano, claro.
—¿Sí?
—¡Tenéis que
salir de ahí! —escuché decir a alguien, frenético—. ¡Tenéis que salir cuanto
antes!
—¿Adrian? —los
demás me miraron extrañados, preguntándose cuál era el problema.
—¡No hay tiempo
para explicaciones! —insistió—. ¡Hay una bomba!
Me quedé
paralizada. Creo que dejé caer el auricular. En todo caso, soy consciente de
que fueron apenas unos segundos y recapacité enseguida, pero desde mi punto de
vista fue un instante que se me hizo eterno.
—Han puesto una
bomba —dije sin más, como si yo misma no me lo creyera, como si estuviera
contando el argumento de una película.
Creo que
Overdrive dijo algo así como que nos marcháramos con la nave de salvamento,
pero daba la desgraciada casualidad —o tal vez no era tan casual— de que estaba
en mantenimiento y no poseía oxígeno para que sobreviviéramos en el espacio. De
modo que era peor el remedio que la enfermedad.
—¿Qué podemos
hacer? —preguntó Fase, más que preocupado—. ¿Qué opinas, Distorsión?
¿Distorsión?
Pero no estaba
ahí. Delay se limitó a señalar en dirección al pasillo que llevaba a su cuarto,
sin duda su destino, no teníamos ni idea de para qué. No obstante, no tardó en
regresar con uno de esos cachivaches en los que solía emplear tanto tiempo y
cuya función nos era absolutamente desconocida.
—Es un generador
de un campo de fuerza. Lo estaba diseñando por si alguna vez teníamos problemas
en un concierto, o nos acosaban al salir. Pero está inacabado y no protegerá
mucho. No tiene gran duración tampoco, y no sabemos cuándo la bomba estallará,
si lo hace.
Pero no tardamos
en conocer la fatídica respuesta a esa incógnita cuando escuchamos explosiones
continuadas provenientes de una de las zonas que conectaban con la central, uno
de los salientes de la forma general de pirámide troncocónica que tenía el
acorde cósmico. Y nos dimos cuenta de que no se trataba de un solo explosivo,
sino de varios de ellos, reaccionando en cadena unos con otros.
Estaba claro que
teníamos que detener la reacción cuanto antes, y en ese momento sólo se nos
ocurría una manera de hacerlo. Distorsión se colocó frente al pasillo que
estaba siendo arrasado por las explosiones, sin apenas más tiempo que el justo
para tomar decisiones milimétricas, y accionó el campo tratando de anticiparse
a la siguiente bomba, que amenazaba con propagar la cadena de explosiones hacia
el corazón de la estación. Fue una buena idea que, por fortuna, logró
amortiguar la explosión antes de que la zona dañada se autosellara.
Lástima que
tuviera peores consecuencias para nosotros.
Como Distorsión
había anticipado el campo era débil y no logró evitar que parte de la onda
destructiva nos impactara y lanzara por los aires, aparte de dañar muchas de
las máquinas que nos rodeaban. En unos segundos acabamos sepultados por
montones de chismes que, estropeados, empezaron a emitir toda clase de energías
y llenar el ambiente con radiación de ondas. Ninguno de nosotros logró moverse
ni un palmo. Estábamos muy doloridos y así permanecimos hasta que Adrian
regresó junto con las fuerzas de seguridad y nos encontró en ese lamentable
estado. Con la ayuda de un equipo de emergencias dotado de trajes
antirradiación nos lograron rescatar, no sin antes inutilizar y acabar de
estropear todas las máquinas que emitían campos de ondas aleatorios y desconocidos
para la salud.
A pesar de todo
no sufrimos daños físicos graves, milagrosamente, y como Adrian nos contó
cuando estuvimos más restablecidos, no había más bombas, de modo que nos
podríamos haber salvado simplemente saliendo corriendo de la habitación en
sentido contrario al de las explosiones. Pero eso, claro, no lo sabíamos. El
origen de la amenaza era desconocido, él logró detectarlo porque se dio cuenta
de que le estaban siguiendo mientras se dirigía a la reunión, se encaró con su
sombra y le sonsacó lo que estaba a punto de suceder.
En todo caso las
consecuencias no se hicieron esperar. Reforzamos la seguridad de la estación,
aunque un ala completa con toda su maquinaria permaneció para siempre destruida
e inhabitable, ni siquiera susceptible de ser reparada. Era tan extraña la
tecnología que todo intento de sacarla adelante derivó en estrepitoso fracaso,
y siempre era mejor tener máquinas desconocidas que algún día podrían ser
arregladas que tirarlo todo a la basura y sustituirlo por algo que podría
encontrarse en cualquier otra parte, también en términos de ingeniería de naves
y estaciones orbitales.
Las
consecuencias sobre nuestros cuerpos fueron algo menos inmediatas.
El primer signo
de que algo raro me pasaba lo noté cuando me di cuenta de que a veces me
hablaban y no escuchaba lo que me decían. De hecho mi interlocutor, que solía
ser invariablemente Fase por ser el que tenía la lengua más larga, decía que
era como si su voz rebotara, como si realmente provocara ecos.
No tardé en
averiguar que eso me pasaba con otras ondas y energías como luz e, incluso,
láseres. Controlarlo no fue fácil, pero lo logré, al menos en parte, tras mucho
entrenamiento.
Overdrive
descubrió que las máquinas se apagaban a su paso, algo que le resultó muy
molesto hasta que logró manejarlo. Delay, sin embargo, las retardaba, y Fase
alteraba la información de las ondas, cambiándolas de un idioma conocido a
alguno de los muchísimos que sólo él sabía o codificándolas por medio de
extraños mensajes hexadecimales (la palabra me la he aprendido de tanto oírsela
repetir).
La coincidencia
entre nuestros nombres y habilidades era peculiar, también. Pero recordamos que
todos tuvimos la “sensación” de saber cómo queríamos llamarnos cuando estuvimos
rodeados de esas máquinas… tal vez a un nivel mental que ni siquiera podíamos
imaginar.
Distorsión salió
peor parado, al llevarse la mayor parte del impacto. Su poder era el más
destructivo y espectacular, estropear las máquinas, pero no logró dominarlo
nunca en su totalidad. Frustrado, empezó a ver cómo se rompían muchas de las
máquinas que ideaba, y empezó a sólo poder diseñarlas en planos y pedir ayuda a
otros para que las construyeran por él, a veces teniendo incluso que
solicitarlo por encargo. Un cambio de humor reventaba lo que le rodeaba. Hubo
una época en la que, hasta que no estuvo algo más calmado, no ganábamos para
micros. Pero empezamos a pensar que teníamos una manera de financiarnos al
margen de abusivos acuerdos empresariales.
Por motivos
lógicos decidimos elegir como nombre de la banda The Jammers, aunque los fans
nunca entendieran el motivo que nos llevaba en realidad a ello. Y el resto, es
historia.
***
Ahora volvamos
al presente de nuevo.
Estábamos de
gira de nuestro primer disco y acababa de tener una discusión con Distorsión en
el hotel en que nos alojábamos. Adrian se pasó a animarme, tratando de quitarle
hierro al asunto. En parte lo había logrado, y al menos me levanté de la cama
en la que estaba medio tirada, apoyada contra la pared, para pensar en salir y
hablar con Distorsión, al menos no terminar el día de aquella manera tan poco
recomendable entre amigos y compañeros de profesión.
Fue entonces
cuando escuché pasos múltiples que venían de las zonas comunes de la planta y
cómo llamaban a la puerta. ¿Servicio de habitaciones?, pensé. Pero yo no
recordaba haber pedido nada, era Fase el que solía más bien excederse en ese
sentido.
Eché un vistazo
por la mirilla. Eran dos tipos armados con lanzarrayos y, al fondo, una mujer
que no lograba distinguir bien, pero iba vestida muy formal y toda de negro.
No me dio tiempo
ni de preguntar. Noté cómo uno de los tíos armados se disponía a disparar a la
cerradura y me eché corriendo atrás, tratando de estar lista cuando llegaran.
El ruido del
disparo alertó a Distorsión y Adrian, que no tardaron en estar a mi lado.
—¿Qué es lo que
ocurre? —preguntó el segundo. Pero Distorsión le hizo un gesto para que se
alejara y nos lo dejara a nosotros. Creo que en ese momento estaba contento de
tener a alguien a quien poder patearle el trasero.
La puerta cedió
después de un par de golpes bien dados contra la cerradura fundida, y los tipos
nos apuntaron y dispararon. Hice que las descargas rebotaran en las armas, que
reventaron en sus mismas manos, y cayeron al suelo, doloridos.
—Eran disparos a
herir —comenté, pues como es lógico me había expuesto de manera voluntaria a
descargas muchas veces, y sabía muy bien lo que me decía.
Cuando los
secuaces cayeron, en nuestra línea de visión apareció con claridad la mujer que
había apreciado al otro lado de la puerta. Tenía una larga cabellera rubia y
estaba ya en los cuarenta y muchos. En su momento debió ser muy hermosa, y en
gran medida aún lo era.
Ese detalle, sin
embargo, se eclipsó cuando vimos que, al igual que sus vestimentas, sus ojos eran
negros por completo tal como la mismísima pupila.
—Rendíos —dijo
sacando un extraño artefacto electrónico y esférico del bolsillo.
No podía verlo,
pero estaba seguro de que Distorsión sonrió. Pobre mujer estúpida, pensó, como
me dijo después. No sabía con quién se estaba enfrentando.
Adrian
reapareció detrás nuestro, frenético, justo a tiempo de presenciar la escena.
Recuerdo que le gritó algo a Distorsión, pero ya era demasiado tarde.
Distorsión
inutilizó el aparato que esa mujer tenía en la mano, en efecto. Pero era tal la
tremenda energía que emitía que el esfuerzo de llevarlo a cabo le dejó
totalmente extenuado. Era una trampa. Ese aparato sólo tenía la función de
agotar a Distorsión.
Después de eso
la mujer sacó un arma y me disparó. Parecía un lanzarrayos, pero no lo era. Y
mi reacción en ese momento fue actuar como siempre había hecho durante tanto
tiempo en semejante situación.
La descarga
rebotó, pero el arma, al disparar, había desplegado una suerte de espejo
reflectante que hizo que rebotara a mí de nuevo. Cogida por sorpresa fui
incapaz de reaccionar una segunda vez y el disparo me dio en el hombro
izquierdo. A día de hoy sigo sin saber si fue intencional o intentó matarme y
no lo logró debido a que era difícil controlar el ángulo de reflexión. El caso
es que grité de dolor y me apoyé contra la pared.
—¡Basta! —gritó
Adrian—. Diane, déjales en paz.
—¿La…. conoces?
—preguntó Distorsión, apenas incapaz de tenerse en pie.
—Ven conmigo y
no les haré nada —se limitó a decir la mujer.
Adrian se limitó
a dar unos pasos, colocarse frente a su atacante, y dirigirse a Echo y
Distorsión.
—No os
preocupéis por mí, chicos. Estaré bien. Avisad a los otros, puede que estén en
problemas.
—¿Quién es ella?
—insistió Distorsión.
—Creo que fue
quien puso las bombas tiempo atrás, y se hace llamar Desdémona, aunque ese no
es su verdadero nombre.
Tomó aire y miró
a la mano de la hasta hace un momento desconocida, donde relucía un anillo.
—Se llama Diane
Harvester, y era y sigue siendo mi mujer.
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