(Portada: José Antonio Marchán)
Love
can be so strange
Don't
it amaze you?
Every
time you give yourself away
It
comes back to haunt you
Love's
an elusive charm and it can be painful
To
understand this crazy world
But
you're not gonna crack
No
you're never gonna crack
Garbage. Bleed Like Me
¿Dónde me quedé
la última vez? Vale, ya lo recuerdo. Le habíamos pateado su culo metálico a
Heinrich Beckon, más conocido como Génesis, un tipo para el que construir una
celda capaz de contenerle era un reto no al alcance de cualquier ingeniero de
materiales, aunque me imagino que tanto Adrian como Distorsión ya habrían
estado pensando, sólo por mero interés personal, la manera de hacerlo llegado
el caso.
Al mismo tiempo
nuestra actuación en la Gira de los Cuatro Elementos nos había subido a lo más
alto de las listas de ventas con nuestra canción Red Roses, claro que había que
reflexionar con calma también sobre qué parte de ese éxito se debía a la
canción en sí y qué parte al numerito que montamos en el cuarto escenario, la
nave flotante en la que peleamos contra Génesis y le mandamos a la estratosfera
de un contundente y, por qué no decirlo, satisfactorio cañonazo. Nos habíamos
convertido en el centro de atención del star-system interplanetario, y en una
época en la que la gente no andaba precisamente sobrada de modelos en los que
depositar sus ilusiones y sus esperanzas de justicia nuestro numerito marcó sin
duda un notable revuelo.
¿La reacción de
Distorsión a todo este asunto? Contradictoria, como de costumbre. La tunda que
le dio a Génesis le había puesto las pilas a tope, pero no tardó en comprender
que su preciado anonimato, o al menos su deseo de ir a su bola y que los demás
le dejaran en paz, se estaba esfumando como el sonido en el vacío del espacio.
Por fortuna para él su rostro aún seguía siendo un misterio en términos
generales, como lo había sido el de grupos del pasado como Lordi o Daft Punk,
pero teniendo en cuenta que su cara estaba marcada con quemaduras bastaba con
un pequeño desliz para que cualquiera fuera capaz de reconocerle casi al
instante si se lo encontraba alguna vez por la calle.
Pero por otro
lado, y eso tenía que admitirlo, estábamos más cerca de hacer lo que tanto
deseaba, dar un giro completo a su vida y ayudar a los demás, dejar atrás su
pasado de mercenario de las ondas. Y todo ello sin necesidad de tener que
renunciar a sus aspiraciones artísticas, ya que esa buena racha nos permitía
tener la sartén por el mango y que Adrian tuviera la primera palabra en toda
negociación para con las radios o los locales.
Al mismo tiempo,
sin embargo, todos empezamos a notar la necesidad de llevar, en cierto modo,
vidas propias. Cuando pasas mucho tiempo con un grupo de personas, sobre todo
cuando literalmente vives con ellos y lo compartes todo con ellos, al principio
todo es nuevo, sorprendente, mágico; pero poco a poco la necesidad de ser tú
mismo empieza a aflorar. No se trata de que no la hubiéramos experimentado
antes, sino de que éramos conscientes de estar atravesando un estadio inédito
de nuestra convivencia.
Aunque también
he de admitir que quizá esto era algo que sólo yo tenía necesidad de sentir.
Como ya he contado, he pasado mucho tiempo de mi vida sola, aislada, sin nadie
a mi lado; y cuando has vivido de esa manera, cuando le has visto las orejas al
lobo, nunca, jamás te olvidas de su existencia. Eres más fuerte, sí. Eso es
indudable. Pero una parte de tu felicidad, una pequeña inocencia interior,
muere para no poder regresar ya nunca más.
No puedo negar
que esto tiene también en parte que ver con mi propio pasado, ese que no puedo
ahora contar, que creo que no es el momento de revelar porque no viene a cuento
de nada.
De hecho, ahora
más que de mí, voy a hablaros de otra persona. Otra persona que hasta ahora no
había mencionado porque aún no la había conocido.
El Acorde
Cósmico se instaló en la órbita de un satélite comercial con la idea de
permanecer allí varias semanas. Si queréis pensar de manera adecuada en un
satélite comercial, no sé si os servirá el símil, pero pensad en los centros
comerciales de los años noventa, esos que eran tan grandes que albergaban en
ellos tiendas de toda clase, cines, boleras… y ahora extrapolad esa sensación a
todo un miniplaneta construido a tal efecto. Por supuesto no es que hubiera una
sola bolera sino muchas, y al haber tanto espacio libre viejos negocios muertos
siglos atrás como el de los salones de máquinas recreativas habían vuelto a
ponerse de moda.
Os recordaré un
pequeño detalle: adoro los años ochenta y noventa. Y ahora otro: nunca había
salido de mi planeta natal y apenas sabía nada de las maravillas que ofrecían
los otros planetas habitados del Universo. Así que cuando Fase me dijo que
existían satélites donde había a su vez edificios enteros dedicados a máquinas
recreativas, desde pinballs a máquinas de Tetris, Pang, Snow Bros o Tumblepop
(ya sé que no sabéis de qué os estoy hablando pero haced un esfuerzo), ¿cuál
creéis que fue mi reacción?
Pues eso, que
enfilé como un rayo hacia ese lugar en cuando tuve ocasión. Lo primero que me
hizo gracia fue que no se jugaba a las máquinas metiendo monedas en ellas
porque en general la gente no solía usar monedas. En vez de eso pagaban en los
cajeros automáticos con sus tarjetas de qins y éstos devolvían fichas que a su
vez se introducían en esas míticas ranuras donde aún se podía leer, aunque
fuera por nostalgia, ‘Insert Coin’.
El primer día
Fase se animó a acompañarme y algún otro día se vino alguno más de mis
compañeros de banda, pero en general no se les veía muy interesados al
respecto. Tampoco puedo culparles, teniendo en cuenta las genialidades de
realidad virtual que estaban saliendo al mercado en ese momento. Mover un
joystick de bola y aporrear botones debía de ser para ellos algo, cuanto menos,
tosco y poco envolvente, pero para mí era lo mejor del mundo.
A este chico le
conocí echando una partida al Street Fighter 2 (Turbo). Yo jugaba en el lado
del player one, y eso quería decir que en cualquier momento otra persona podía
colar su ficha y retarme, dejando a medias la partida. Eso fue lo que este
chico hizo. Al principio me temí que pudiera ser algún seguidor que me hubiera
reconocido, pero pronto se disiparon mis miedos. Al menos alguna ventaja tenía
el look de la gorra, que al no llevarlo pasaba más desapercibida. Pero daba un
calor de narices en los conciertos.
Yo manejaba a
Ryu, por supuesto. Mi contrincante, por una simetría del destino, cogió el
mismo personaje. Al ser la versión Turbo, podía hacerlo sin problemas. No era
nada malo, tenía que admitirlo, y me tuvo entre las cuerdas un par de veces.
Pero leches, si había un juego en el que era una máquina era precisamente ese.
No había derrotado a todos los personajes en máximo nivel de dificultad sin
perder un solo combate (aunque sí varios rounds) para que el primero que
llegara a retarme me hiciera morder el polvo. Dejó el mando y me miró
fijamente, y en ese momento yo hice lo propio, porque aún no me había fijado en
su rostro.
Hay algo que
tengo que admitir ahora, porque en ese momento no me lo admití a mí misma, y es
que cuando vi su cara lo primero que pensé fue en Distorsión. Había, sin
embargo, una crucial diferencia: estaba sonriendo. Sonriendo, no de manera
forzada, simplemente la sonrisilla del perdedor que, en el fondo, aunque ha sido
derrotado se lo ha pasado bien y eso equilibra su balanza interior.
—Eres buena, lo
admito.
—Años de
práctica —dije con toda la chulería del mundo.
—Quiero una
revancha.
Así lo hicimos,
y esta vez él me ganó a mí, pero hay que decir que por poco (llegamos a
hacernos doble KO y todo). Después de esa echamos siete u ocho partidas más,
todas Ryu vs Ryu, por supuesto. Parecía que ambos estábamos especializados en
un solo personaje, ¿para qué cambiar?
Después de eso
echamos una partida colaborativa al TMNT IV: Turtles in Time. Era un beat‘em up
de las Tortugas Ninja en el que calzaban tortas a diestro y siniestro al mismo
tiempo que viajaban por todas las épocas pasadas y futuras. Años noventa en
estado puro.
El juego no lo
escogí yo, pero no pude evitar sonreír para mis adentros.
Nos pulimos el
juego con una sola ficha (bueno, dos) en apenas veinte minutos estándares. Le
dejé proponer juego de nuevo.
—¿Qué tal un
Keyboard Hero?
En ese momento
el semblante se me puso muy serio. El Keyboard Hero era una variante de un
juego llamado Guitar Hero en el que manejabas una guitarra simplificada y
tocabas genuinos himnos de grupos famosos como Metallica o Queens of the Stone
Age. En la variante que proponía, como es fácil de suponer, se usaba una
versión simplificada de un teclado.
Lo que me hizo
empalidecer era que tal vez aquel chico sí era un fan que se había percatado de
mi presencia, y en ese momento exacto se había delatado.
—¿Dije algo?
—comentó, notando mi largo silencio.
—No, no es nada…
es sólo que… —no continué.
—Bueno, da
igual. Está claro que a ese juego no te apetece. Propón uno si te parece mejor.
—¿Qué tal un
Guitar Hero?
Frunció el ceño.
—¿Nivel de
dificultad?
—Medio, por
supuesto. Tengo un par de amigos que se manejan en el modo experto, pero eso es
para unos privilegiados.
—Para mí Medio
ya es para unos privilegiados.
—Así que debo
entender que te rindes.
—Ni lo sueñes,
chica rara —se limitó a afirmar acercándose a la máquina y echando un par de
fichas en la ranura.
***
Volví a casa sin
tener ni la menor idea de cuál era su nombre en realidad. Pero yo tampoco le
había dicho el mío, así que estábamos empatados. No pensé mucho más en aquel
día, todo hay que decirlo. Me lo pasé bien una tarde y punto. Bajé algunas
otras tardes pero no le vi. Tampoco hice ademán de buscarle, aunque tengo que
admitir que no fui a las mismas horas sino a otras distintas, aún no sé muy
bien por qué. El caso es que lo inevitable acabó por acontecer, y volvimos a
cruzarnos de nuevo otro día.
—He estado
practicando —fue todo lo que dijo nada más verme jugar al Street Fighter.
—Ya lo veremos
—contesté eligiendo a Ryu.
***
No fue hasta la
tercera vez que nos encontramos que ya nos decidimos a ir a tomar algo en algún
local cercano. El peliagudo momento de sentarse y ver de qué pasta está hecho
el otro, aunque con ciertos matices.
—¿Cómo te
llamas? —me preguntó. Pero no podía decirle mi nombre, a riesgo de que me
identificara con los Jammers, y tampoco podía darle mi nombre real. Eso es algo
que reservo como un tesoro muy valioso que sólo daré a alguien con quien tenga
la máxima confianza.
—Si te parece
bien, nada de nombres. ¿Estás de acuerdo?
—De acuerdo por
mí.
Hablamos de
muchas cosas, por supuesto, todas ellas intrascendentes, como mandan los
cánones. El propósito era divertirse, saber del otro, no más que eso. Gustos,
aficiones. Sin compromisos de clase alguna.
Las pequeñas
confesiones empezaron a la cuarta o quinta vez que nos vimos. Me dijo que toda
su familia y amigos habían muerto, y que él mismo había visto su final muy, muy
cercano.
—¿Qué fue lo que
pasó?
—Un accidente
manejando un aparato electrónico. Estuve clínicamente muerto durante meses.
Cuando desperté, lo había perdido todo. Familia, amigos, hogar. Todo.
Empalidecí. Por
supuesto, el sensor de las chicas de ‘mentiroso que trata de conmoverte’ estaba
funcionando a toda máquina, pero de algún modo que no sé explicar, sabía que no
mentía. O que, como poco, él se creía totalmente lo que estaba diciendo.
Le hablé de mí.
De eso va el juego, ¿no? Compartir confesiones entre almas secretamente
solitarias. Le conté mi experiencia en Wingbolt, mis aspiraciones en la vida,
mi soledad, cómo nadie ni siquiera había tenido que usar mi nombre en todo ese
tiempo. Fui un poco más atrás en el tiempo, de hecho, y le di pistas cruciales
para entender quién era yo en realidad sin llegar a decírselo del todo, algo
que no había hecho con Overdrive, Fase, Delay ni Distorsión jamás.
***
Volví a casa muy
contenta y al mismo tiempo muy triste. Sólo quien ha vivido algo así puede
entender a lo que me refiero. Me senté en un sofá, me calé una gorra que había
por ahí —del grupo Garbage— y me puse a escuchar, en mi viejo walkman, Milk. I’m waiting, I’m waiting for you,
suplicaba Shirley Manson mientras trataba de dejar la mente en blanco.
Para cuando me
quise dar cuenta y apagué el viejo trasto, Overdrive estaba haciendo esos
mismos acordes, mientras Fase tarareaba el estribillo con tonillo jocoso.
—Vale —deduje—,
así que A) tenía el volumen muy alto y B) me habéis visto con él. Genial.
—Sólo yo, pero
vamos, ¿a qué esa cara? —comentó Fase cogiendo sus baquetas y golpeando en uno
de los platillos—. Yo diría que la cosa va bien, ¿no?
Me levanté
furiosa y comencé a caminar a pisotones hasta mi habitación. Aún podía
escucharles mientras me estaba alejando.
—Creo que se le
está empezando a pegar algo del carácter de Distorsión —comentó Overdrive por
lo bajo.
Cerré la puerta
y me tumbé en mi cama. Me sentía confusa, confusa y molesta al mismo tiempo. No
lo entendían, joder. Chicos. Aquí te pillo, aquí te mato. No entendían que para
nosotras no era una cuestión de oportunidad, sino una cuestión de elección. Y
muchas veces, elección en un momento adecuado. Lo mismo, unos días antes o
después, podía no ser lo mismo en absoluto.
Sobre todo, no
entendían que tenía un conflicto en mi cabeza. Un conflicto que se desvaneció
cuando llamaron a la puerta y dije que pasaran, fuera quien fuese.
Distorsión entró
en ese momento, y de repente lo primero en lo que pensé fue en el chico de los
recreativos, justo al revés de cuando le vi a él por primera vez. Simetrías del
destino. No llevaba su holo, lo que dejaba ver su rostro lleno de quemaduras.
Tenía el gesto torcido sólo a medias, lo que en su caso podía interpretarse
hasta como buen humor por su parte.
—Voy a dar una
vuelta por el satélite, por si quieres venir un rato.
No había
segundas intenciones en su proposición. Nunca las había. Eso era a veces lo que
me exasperaba de él, en cierto modo. Siempre tan rudo, siempre tan directo y
poco sutil.
No entendía muy
bien por qué le estaba crucificando mentalmente de esa manera. O al menos, no
lo entendía en su totalidad. En todo caso, tal como estaba no era la mejor idea
salir a dar ninguna vuelta.
—Prefieres ir
solo, yo te estorbaría.
—Siempre dices que
nunca paso tiempo con los demás —comentó sin más, sin adornar el comentario.
—Te lo
agradezco, pero ahora soy yo quien necesito estar sola.
Sabía muy bien
que Distorsión no quería salir por las tardes porque no tenía mucho apego a las
multitudes, aparte de que sin querer podía cargarse algún aparato cercano y
montar un pequeño espectáculo. Aparte de eso, con lo obsesionado por la
autosuperación que era, llevarle a echar una partida a los edificios
recreativos hubiera sido poco menos que entrar en un polvorín con un mechero
encendido, eso si no los fundía literalmente hablando.
—Sea lo que sea
no le des tantas vueltas. Nunca merece la pena —terminó por decir. Tenía
gracia. Me hubiera encantado que estuviera cabreado, o huraño como de
costumbre, y de repente se me pone en plan filósofo zen, lo que por otro lado
también me cabreaba, pero qué se le iba a hacer. Total, ya se había largado a
uno de sus habituales paseos solitarios. Pero tenía que admitir que era
solitario porque yo le había condenado a ello.
En el fondo
tenía razón y le estaba dando demasiadas vueltas a las cosas. Pero lo bueno que
tiene esta historia es que ahora, por una vez, puedo poner el punto de vista
fuera de mí y enfocarlo en ese largo paseo que dio en solitario Distorsión.
Yo no estuve
allí para ser testigo de lo que ocurrió, claro, aunque al principio me valió
con su relato de la historia. Luego pudimos hacernos con una filmación de una
cámara de la calle que Fase depuró y depuró hasta dejarla bastante nítida
dentro de lo poco que habían invertido en la resolución de ese trasto.
Todo ocurrió en
una zona de callejones especialmente alejada del bullicio, así como de nada ni
remotamente interesante en términos de consumo. Distorsión andaba indolente por
la calle, con las manos en los bolsillos, pensando vete tú a saber qué, cuando
de repente los focos de la calle aumentaron de intensidad, tanto que en el
vídeo hubo un momentáneo deslumbramiento. Tampoco pasa nada por algo así, ¿no?,
se puede pensar. Pero el hecho de que justo apuntaran en la dirección de
Distorsión hacía pensar que aquello no era casual en absoluto.
Al fondo,
apareció una silueta en sombras. Imposible distinguir su cara, ni siquiera
después de que Fase Houdini obrara su magia. Puños cerrados, postura de
amenaza. Levantó una mano haciendo un gesto de saludo.
No había sonido
en la imagen, por supuesto. “Hola, Distorsión”, dijo Distorsión mientras
veíamos la imagen, haciendo de doblador improvisado.
Justo después de
eso Distorsión, al que teníamos en un ángulo más cercano, activó su holograma,
pues era evidente que le habían reconocido más allá de todo farol que se
estuvieran echando.
“Quién eres”, le
preguntó Distorsión. Y dice que después de eso, su voz sonó muy fuerte, como si
llevara alguna clase de micro, pero sin que pensara que llevara uno en
realidad. No pudo explicárnoslo de mejor manera, pero una sospecha se empezó a
fraguar en nuestras mentes colectivas, así como en la de Adrian, callado y
pensativo, analizando la imagen a través de sus gafas cuadradas.
“Toquemos,
Distorsión. Tú y yo”, dice que mencionó, y luego dijo una frase que no entendió
y fue incapaz de recordar. Traducción, trabajo para Fase en depuración de
sonido.
Lo que sí que
entendimos y vimos todos fue cómo el desconocido avanzó hacia Distorsión, dejándose
ver a la intensa luz, y apreciamos, anodadados, que su rostro estaba cubierto
por un holograma, pero no aparentaba nieve como el de Distorsión, sino que
estaba pixelado, como los de los testigos de los que se desea preservar su
anonimato. Pero Distorsión dijo que la sensación de ver algo así en vivo, no a
través de una pantalla, era infinitamente más perturbadora, porque a través de
los píxeles, aunque no podía distinguirse su semblante, sí era capaz uno de
apreciar su gesto de odio.
“Me llamo Breakdown,
Distorsión. Ya nos veremos por ahí”, fue lo que, según Distorsión, dijo justo
antes de que las luces aumentaran en intensidad lumínica, poco a poco pero cada
vez más. El propio Distorsión la reventó a distancia, la imagen se sumió en
sombras, y el vídeo paró.
—Como podréis
suponer —acabó Distorsión— no se quedó a tomar nada después de eso.
De modo que Fase
tenía curro por delante, sin duda. Y ver a un tío tan perturbador como ese tal
Breakdown le hizo ponerse al tajo en cuanto tuvo la menor ocasión, tratando de
obtener hasta las más ínfima pista de sonido del ruido ambiente de la
grabación, aislando longitudes de onda, en definitiva aplicando un poco de su
toque único y personal a aquella tarea.
Para cuando
acabó, no tardó en compartir con nosotros el resultado.
—He aislado la
escueta conversación llevada a cabo entre Distorsión y nuestro amigo el cara de
sprite —dijo sin que la mitad de nosotros pilláramos la broma—. Sobre las
partes que Distorsión nos dobló no tengo nada que añadir, son más o menos como
él nos dijo, algo más teatrales, quizá. En cuanto a la frase misteriosa… esto
es todo lo que logré aislar.
Tres palabras.
Tres palabras que me dejaron la piel con la palidez de la cera en ese momento.
—No lo entiendo
bien —comentó Overdrive. ¿Rey versus rey?
—Creo que no
—dije, sin poder creer mis propias palabras—. Ryu versus Ryu.
Callé, y creo
que sólo una persona entendió el por qué de mi silencio.
—¿Qué demonios
es un Ryu? —preguntó Fase.
[volver al índice]
0 comentarios:
Publicar un comentario