(Portada: Natalia Cano)
Hello
I've
waited here for you
Foo Fighters. The
Colour and the Shape
¿Por dónde iba?
Ah, sí. En nuestra primera misión voluntaria para librar el Universo de sujetos
peligrosos la habíamos cagado pero bien, y nuestra base de datos estaba más
desactualizada de lo que pensábamos. No sólo Éxeter —bueno, Warren Shockman,
como no tardamos en saber que se llamaba en realidad— no era un antiguo villano
que regresaba a las andadas, sino que de hecho era miembro de la organización
de Ernépolis I conocida como Los Caídos.
Supongo que
debería contar algo de Los Caídos. Bien, allá va. Para empezar, Los Caídos son
los tíos que nos echaron en cara que éramos, palabras textuales, “un atajo de
críos irresponsables”. Esa severa afirmación vino de boca de su líder, John
Scream, un tipo con solera a sus espaldas. En los viejos tiempos fue un gran
héroe, el más grande de todos los que compartieron su generación. No voy a
decir cuál porque eso es algo que queda entre él y el pasado.
Pero eso se
acabó para siempre. Scream, como muchos otros héroes de antaño, tragó más de lo
que podía digerir y de ese modo su alter ego murió para siempre sin posibilidad
de regresar. Pero eso no le quitó las ganas de hacer algo por su ciudad, sólo
que de un modo radicalmente distinto.
Básicamente, Los
Caídos son muchos hombres que fingen ser uno solo. Cómo lo logran es algo que
todavía me maravilla en términos de planificación y organización, y hace que
nuestra coordinación sea como un juego de patio de parvularios. Por medio de
hologramas, moduladores de voz, dispositivos generadores de sombras y aparatos
a cada cual más peculiar han mantenido la ilusión de que la ciudad de Ernépolis
está gobernada por una criatura siniestra, una silueta de ultratumba con
gabardina y sombrero llamada el Caído que nunca duerme, nunca descansa, nunca
se detiene y, sobre todo, que nunca muere. Salen en escuadrones de cinco
hombres a mantener esa ilusión por las calles, por medio de movimientos orquestados
como si estuvieran sobre un escenario y los criminales fueran los espectadores.
Al mismo tiempo fingen ser un criminal más, un ser de pesadilla imposible de
entender, para implantar el miedo y el terror en sus enemigos y que éstos no
les ataquen, no tomen rehenes, y en definitiva estén derrotados y minados en
términos morales y psicológicos.
Y ahí teníamos a
Éxeter, aunque ya no se llamaba así sino Warren Shockman a secas, un antiguo
villano que había sido aceptado como miembro de la organización. Claro que
podíamos no creer lo que nos estaba contando, pero no era algo que no encajara
con la manera de ser del líder de Los Caídos. Al fin y al cabo, si creía en la
redención de las personas, eso englobaba incluso a los sujetos más indeseables
del Cosmos.
Lo que no
implicaba que Shockman fuera un sujeto de trato fácil, por supuesto.
—Muy bien,
aficionados —siguió reprochándonos, realmente cabreado—. ¿Me escucharéis ahora
o tenéis algún otro sitio que ir al que meter las narices?
A menudo os he
hablado de la personalidad de Distorsión, ¿no? Supongo que os podéis imaginar
que no estaba tomándose muy bien aquello. Pero su respuesta, cuanto menos, me
dejó sorprendida.
—No te atrevas a
hablarle de esa manera —dijo mirando en mi dirección.
—Muy bien, paladín
de tres al cuarto. Ahora estaréis quietecitos y hablaremos antes de que me
fastidiéis nada más. Aún no puedo creer que haya topado con alguien más
impulsivo que yo, de hecho.
—¿Quién es el
tipo de la pantalla? —pregunté tratando de limar asperezas y establecer una
alianza con nuestro improvisado compañero.
—Como yo, es una
vieja reliquia de otros tiempos. Su nombre es Treues Cluk.
—Tío —comentó
Distorsión con tono jocoso—, ya puede cambiarse el nombre o no va a triunfar
jamás en el mundo del espectáculo.
—Debo suponer
por esa afirmación que en vuestra vida habíais escuchado hablar de semejante
sujeto.
No hizo falta
que contestáramos. Nuestra base de datos, al parecer, tenía muchos más agujeros
de los que pensábamos.
—Ya veo.
Aficionados. Bien, el amigo Cluk estuvo activo también durante la Era Dorada de
los Héroes, y fuimos compañeros de correrías en más de una ocasión. Como
habréis supuesto no es un ser humano sino un alien. Si tratarais de pronunciar
el nombre de su especie seguramente os saldría un esguince en la lengua, por lo
que se les ha dado el sobrenombre de Entes del Azar.
—¿Entes del
azar? —pregunté, entre intrigada e inquieta.
—Veo que
escuchas. Los Entes del Azar son una especie vieja pero que aún hoy en día
persiste en el Universo. Su mera presencia altera los campos cuánticos, pero
sus efectos sólo se notan a nivel macroscópico y en ocasiones muy esporádicas.
Dicho de otra manera, a su alrededor las cosas raras suceden más a menudo de lo
normal, pero las cosas imposibles siguen sin suceder de ninguna de las maneras.
—¿Qué hay de su
aspecto, sus poderes…? —pregunté.
—Veo que sólo
has entendido mi explicación a medias. Te contestaré a lo primero antes de
nada. Es un ser en estado entre lo sólido y lo gaseoso, que adopta múltiples
formas conscientes, pero suele estar cómodo con la de una silueta humanoide.
¿Se le puede herir? Sí. Por dentro tiene órganos, sangra, sufre y, en última
instancia, muere. Las leyes de la física no son distintas para él. Puede ser
empalado, aplastado y todo lo que vuestra mente pueda elucubrar.
»En cuanto a sus
poderes… existe una manera sencilla de que entendáis a lo que nos estamos
enfrentando.
Salió al pasillo
más cercano y fuimos tras él. Caminamos a lo largo del vacío y silencioso
corredor hasta llegar al umbral de una segunda sala de oficinas, completamente
destrozada, llena de mobiliario partido y cables colgando del techo y soltando
múltiples chispazos.
—Para llegar a
Cluk hay que atravesar esta sala, bajar unas escaleras hasta el sótano y
recorrer varios pasillos. Está en el almacén central de esta factoría.
—¿Qué se
manufacturaba aquí? —preguntó Distorsión.
—Agua y
alimentos para viajes espaciales. Cluk ha hibernado aquí desde hace años y
despertó recientemente. En cuanto se supo lo que había pasado aquí identifiqué
su modo de proceder y me ofrecí voluntario para tratar de detenerle,
aprovechándome del hecho de que aún me creía un aliado potencial.
—Vayamos a por
él entonces.
—Veo que eres
valiente, aunque seas un novato inconsciente. Bien, adelante. Trata de cruzar
la sala.
Distorsión miró
al caos que teníamos ante nosotros, en nuestro mismo umbral. Parecía como si se
hubiera desarrollado una gran pelea allí, pero en ese momento no había peligro
a nuestro alrededor. No sentía tampoco campos ni ondas y supuse que obviamente
Distorsión tampoco sentía la presencia de máquinas más allá de todo lo que ya
estaba roto e inutilizado.
Dio un par de
pasos, adentrándose en lo desconocido. Nada. Todo seguía en el mismo silencio.
—¿Cuál es el
problema?
—Sigue caminando
—ordenó Shockman.
Avanzó dos pasos
más y de repente una sección entera de techo cedió. De no ser por sus reflejos
y que se echó a un lado a toda prisa le hubiera aplastado sin remedio. Al
pisar, sin embargo, el suelo crujió y tuvo que cambiar de posición otra vez.
Justo donde aterrizó, de manera menos elegante que la vez anterior, cayó un
cable que llevaba un rato colgando, indolente, capaz de electrocutarle si
llegaba a tocarle. Y de ese modo, con obstáculos nuevos que surgían a cada
paso, poco a poco Distorsión fue teniendo que retroceder, cada vez con más
dificultades, hasta alcanzar nuestra posición de nuevo, donde absolutamente
nada estaba pasando.
Nada más
regresar, otro trozo de techo cayó justo delante de nosotros.
—Cluk es
especial entre los suyos —comenzó Shockman—. No sólo genera cambios aleatorios
en su entorno, sino que puede, en cierta medida, controlarlos. Produce mala
suerte, mocosos. Y por ello decidió saltarse los protocolos de inmutabilidad de
la probabilidad que los suyos firmaron y los intensifica para generar el caos y
la anarquía a su alrededor.
—¿No podemos
acercarnos a él, entonces? —concluí.
—Ni siquiera mi
rata podría hacerlo, a pesar de su tamaño. Aquí justo termina el límite de su
influencia, que permaneció inactiva mientras estuvo dormido e hibernando, justo
bajo esta fábrica. Pero nada más despertó, trajo consigo lo que siempre le ha
acompañado: muerte, destrucción y por último evacuación.
—¿Cómo le
derrotamos?
—Tenía un plan
en desarrollo hasta que tú y el interferencias llegasteis, y además de eso,
ahora gracias a vosotros tenemos un problema nuevo.
—¿Otro problema?
—objeté.
—Sí, chica de la
gorra, otro problema —enfatizó con desprecio—. Os recuerdo que gracias a
vuestra intervención Cluk sabe para qué sirve el dispositivo que se cayó de mi
bolsillo. El tipo ha estado fuera de circulación durante años y años, pero si
sale de aquí y conoce, pongamos, la historia de cierto justiciero que patrulla
por las calles de Ernépolis, podría atar cabos o, como poco, poner toda la
organización de Los Caídos en un gran aprieto.
—¿Qué podemos
hacer entonces? —me limité a decir. Distorsión estaba callado, y Shockman
también.
—No —repliqué,
abriendo los ojos—. Ni hablar.
—No cuentes con
nosotros —añadió Distorsión.
—Eh, no me
malinterpretéis. No he dicho que sea seguro que vaya a hacerlo. Pero apuesto a
que nunca pensasteis que algo así podía ocurrir. Esto no es ningún juego,
chavales. La gente vive y muere por las decisiones que tomamos, aunque no
queráis asumirlo.
Distorsión se
alejó pasillo abajo, dando la espalda a Shockman.
—Escucha, tío.
Puede que seas un antiguo villano redimido, que sepas mucho de la podredumbre
de este mundillo, y es verdad que somos unos recién llegados. Pero nosotros
también tenemos un pasado, y nuestras vidas no han estado precisamente
alfombradas con pétalos de rosa. Tú tienes tus cicatrices, nosotros tenemos las
nuestras y aún no hemos alcanzado siquiera tu edad. De modo que sabemos muy
bien las consecuencias de lo que hacemos, y aunque seamos jóvenes e impetuosos
no somos en absoluto irresponsables. Pudimos serlo, pero ya no, ¿te ha quedado
claro? Porque si de errores del pasado se trata, no eres precisamente el más
indicado para soltarnos el discurso.
Shockman se giró
lentamente, clavando su único ojo en Distorsión. Estaba quieto como una estatua
y así se quedó un buen rato hasta que empezó a moverse hacia él, pero cuando
parecía que estaba a punto de encararse torció y pasó de largo.
—No ha estado
mal el alegato —dijo dándonos la espalda—. Puede que aún podáis echarme un
cable después de todo.
***
De vuelta a la
sala de operaciones donde Shockman se había instalado volví a fijarme en las
hordas de insectos que zumbaban y revoloteaban en los tanques de contención
transparentes, a nuestro alrededor, e hice la pregunta que en aquel momento
entró de manera automática en mi cabeza.
—¿Para qué son
los bichos, si no estás ayudando a ese tal…?
—Cluk. Treues
Cluk. ¿Sabéis algo de las leyes de la probabilidad?
Negué con la
cabeza. Distorsión no.
—Tratas de
alcanzar un alfiler disparando un millón de balas —concluyó.
—Si se lanza un
dado de seis caras —continuó haciendo caso omiso del comentario— no hay manera
de saber qué número saldrá. La probabilidad no nos ayudará a saber a qué número
apostar. Si lo lanzáis seiscientas veces, la teoría dice que cada número saldrá
unas cien veces, pero cualquier jugador experto no tardará en deciros que ese
argumento es una falacia, un engaño, porque seiscientas tiradas, en realidad,
son muy pocas para que la teoría se cumpla a rajatabla.
—Pero las cifras
empiezan a ser más fiables cuando hablamos de siete dígitos —prosiguió
Distorsión—. Millones de insectos.
—Os dije que mi
rata no pasaría aquel infierno. Una mosca tampoco. Pero entre miles de millones
de estos seres alados, algunos pasarán. Y bastará con que alguno le desoriente,
perturbe o, con suerte, pique, para que Cluk pierda la concentración y podamos
hacerle frente.
—¿Cuál es el
problema entonces?
—El problema,
señorita, es que mi magia tiene un límite, y es complicado lanzar en una misma
dirección masas tan grandes de insectos.
Empecé a reírme
por lo bajo.
—¿Qué es lo que
resulta tan gracioso?
—El destino. El
destino es lo que resulta tan gracioso.
***
A veces me
divertía haciendo eso en mis ratos solitarios a bordo del Acorde Cósmico.
Entraba un insecto en mi cuarto y empezaba a rebotar las ondas alrededor suyo.
Por algún motivo que desconocía eso le desorientaba y confundía, y a menudo
volaba en círculos o, incluso, en picado hacia el suelo.
—Muchos insectos
se orientan empleando campos electromagnéticos, en especial los Coloniales
—explicó Shockman una vez conté la anécdota—. Si puedes manipularlos a su
alrededor bastará con lanzarles en el sentido adecuado y una vez ahí obligarles
a que sigan recto por medio de tu poder de reflexión de ondas. Para ellos sería
como si hubiera un muro, una pared imposible de atravesar.
—¿No se
empezarán a separar una vez estén fuera de nuestro alcance? —objetó Distorsión.
—Muchos habrán
caído en zonas previas, lo que hará que los maneje con mayor facilidad. Aparte
de eso, el camino es casi recto salvo un par de bifurcaciones que, seguramente,
estén impracticables.
—¿A qué
distancia está ese alienígena gafe? —pregunté.
—A menos de la
que te imaginas —dijo Shockman mirando al suelo—. Traté de instalarme lo más
cerca posible sin verme afectado por el campo. No está debajo de nosotros,
evidentemente; su alteración se expande de manera esférica. Bastaría con bajar,
avanzar recto y ya estaríamos. Pero como imagino que no podéis romper paredes
ni tenéis padre o madre axcroniana —dijo con tono de burla— tendremos que ir
por el camino de los humanos.
Empalidecí.
Axcronianos… aquella raza de seres incorpóreos extinta, de la que sólo quedaba
un superviviente: el psicótico e inmoral Krexon. Nuestro aliado sabía mucho de
los monstruos que poblaban el Universo.
Cogió un par de
dispositivos, situados junto al panel de comunicaciones que había usado para
comunicarse con Cluk. Eso me hizo recordar la imagen que vimos y una nueva duda
me asaltó al instante.
—¿Cómo puede
estar bajo tierra si cuando hablaba contigo parecía que estaba lloviendo?
—Los Entes del
Azar, debido a su forma de estado entre gas y sólido, atraen y condensan la
humedad ambiente sobre ellos.
—¿Estás diciendo
que tienen permanentemente una nube encima de sus cabezas?
—No todos, pero
algunos sí. Y en el caso de Cluk, su actividad y alteración de los campos es
tan elevada que sobre él hay una genuina nube de tormenta.
Pensé en echarme
a reír, pero luego lo pensé dos veces y no pude dejar de fascinarme. Un ser que
producía mala suerte y tenía una nube sobre su cabeza que descargaba lluvia de
manera constante… la Era Dorada era, cuanto menos, curiosa y peculiar.
—Bien, la clase
teórica acabó —acabó Shockman saliendo al pasillo, dispositivos en mano—. Hora
de las prácticas.
***
Nada más
llegamos a la frontera donde el mundo seguía siendo racional y cuerdo, Shockman
agarró uno de los dispositivos y lo examinó con calma. Estaba recubierto de una
película plástica.
Lo agarró y lo
lanzó contra una pared cercana a nosotros, con todas sus fuerzas. Nos quedamos
en silencio, anonadados. Se acercó al chisme y lo examinó. Parecía que había
resistido el impacto.
—Parece que está
suficientemente acolchado —dijo para sí mismo—. Puede funcionar.
Se acercó al
umbral de la sala, programó un temporizador en el aparato y lo lanzó hacia el
vórtice del caos. A su paso se derrumbó una mesa, un cable lo rozó en su
extremo pelado, y finalmente cayeron sobre él una enorme cantidad de escombros.
—Por eso la capa
plástica —agregó Distorsión—. Aislante. Al menos —terminó concentrándose—
detecto que está en funcionamiento.
—Eso les guiará
hasta la planta inferior.
—¿Qué hay del
segundo aparato? —pregunté.
—¿Habéis jugado
al baloncesto alguna vez? Deberá atravesar la sala, colarse por la puerta y,
por tanto, caer escaleras abajo.
—Eso es
imposible —protestó Distorsión, y afirmé lo mismo—. El que acabas de arrojar a
duras penas ha aterrizado intacto.
—¿Qué sugiere el
señor entonces? —añadió impaciente Shockman.
—¿Has jugado al
rugby alguna vez? —contestó Distorsión, y fui consciente de que estaba
sonriendo para sus adentros.
***
Los insectos
estaban listos en sus tanques, que en el pasado almacenaron miles de litros de
agua obtenida por medio de fusión atómica. El zumbido sin embargo era
insoportable, ya que estaban siendo atraídos por el dispositivo que acabábamos
de colocar. Bastaría con pulsar un botón y una plaga inimaginable se lanzaría
pasillo a través hacia una muerte más que probable.
Y en el medio
del pasillo estaba Distorsión, dispositivo en mano como si fuese una pelota y
estuviera frente al equipo contrario.
Su plan era
sencillo a la vez que suicida. Dado que por sus propios medios había logrado
avanzar unos cuantos pasos dentro de aquella sala infernal, dedujo que si
regresaba al mismo tiempo que aquella horda de bichos habría tantas
interacciones a su alrededor que sería capaz de llegar más lejos y, por lo
tanto, tener ángulo suficiente para atravesar la puerta y, en sus propias
palabras, hacer un touchdown. El único problema era que después de eso su
suerte, y nunca mejor dicho, dependía de que esos bichos llegaran cuanto antes
a su destino.
Conectó un
comunicador que le dio Shockman, que debía ser parecido al que usaban Los
Caídos, si no el mismo, y lo probó.
—Aquí Rojo Cinco
—dijo con tono de sorna. A Distorsión le hizo gracia el nombre en clave cuando
se lo comenté por primera vez, aunque desconociera su procedencia. Yo, como
gran amante de los años ochenta, sabía muy bien de dónde venía.
—Prepárate,
novato —se limitó a decir Shockman con tono de seriedad. No parecía sujeto de
muchas bromas—. En cuanto pulse el botón tardarán un poco en llegar, pero sería
imposible que no vieras lo que se te va a caer encima.
Distorsión no
dijo nada y se limitó a esperar. Yo estaba en una esquina, concentrada para
rebotar las ondas ambiente en la dirección necesaria según Shockman y así, de
ese modo, dar a ese enjambre inmenso el impulso inicial necesario para que
siguieran a toda mecha su camino.
Shockman apretó
el botón y los insectos empezaron a escapar como locos por las tuberías de
desagüe de los tanques, rotas a la altura del pasillo. En cuanto hallaron una
salida siguieron su ruta directa, con una pequeña ayudita por mi parte, rectos
por el pasillo sin apenas desviarse.
—Allá voy
—escuché decir a Distorsión, y luego silencio. Y al instante, desde su
comunicador emergió un zumbido tan insoportable que me resultaba difícil
mantener la concentración. Al mismo tiempo empezamos a escuchar golpes, ruido
de material que se rompía, estructuras que cedían, y comprendí que había
entrado en la boca del lobo hasta su mismo esófago.
—Semilla
plantada —dijo triunfal Distorsión—, pero no se mueven, y no podré aguantar
mucho más.
Supe entonces
que podía relajarme pues los insectos ya sólo debían seguir la señal del
segundo aparato, pero Distorsión habló de nuevo por encima del murmullo
infernal, resultando difícil incluso escucharle.
—¡No se van!
¿Qué es lo que ocurre?
Shockman estaba
muy callado, y entonces comprendí que él tampoco sabía lo que estaba pasando.
¿Por qué ocurría aquello? Pero había que hacer algo, para Distorsión era
cuestión de minutos.
Si no se movían,
era porque algo interfería con la señal del aparato. Pero, ¿qué? Y entonces
tuve una sospecha, algo que, si resultaba ser erróneo, podría condenar a
Distorsión a quedarse atrapado al otro lado de aquel infierno probabilístico,
pero que era lo único que tenía sentido para mí.
—¡Estropea el
primer dispositivo! —dije—. ¡Se están anulando mutuamente!
No sé si tardó
un rato en sopesar lo que le dije o me hizo caso al momento. El hecho es que el
zumbido siguió durante un buen rato y, al poco, se hizo más débil hasta
desaparecer casi por completo. Fuimos corriendo para allá y el resultado que
nos encontramos fue poco menos que increíble.
El suelo de la
sala estaba alfombrado de insectos. Era imposible avanzar sin pisar sus
cadáveres crujientes, así como muy difícil saber qué les había pasado en
concreto. El techo, no obstante, estaba expuesto y docenas de cables pelados
colgaban de todos lados. En una esquina, una tubería de gas se había roto y
estaba al descubierto, y una cañería atravesaba la pared contigua arrojando
chorros y chorros de agua que caían como una catarata artificial. Al fondo de
la sala había una montaña de cascotes, de tamaño considerable. No pude ni
pararme a pensar que pudiera estar en peligro a cada paso que daba. Lo único
que me importaba en ese momento era Distorsión.
Empecé a quitar
los cascotes, uno por uno, pero Shockman me apartó a un lado y retiró los más
pesados, aquellos con los que hubiera sido incapaz de cargar. Al fin una mano
surgió, moviendo sus cinco dedos, y Distorsión emergió de aquella prisión de
escoria. Nada más salir del polvo, activó su holo de nuevo sin que Shockman
tuviera apenas tiempo de mirarle la cara.
—No me importa
tu identidad, mocoso —objetó—. A menos que algún día tengas intención de
cambiar de colores, claro.
Ayudé a
Distorsión a ponerse en pie y miramos a nuestro alrededor.
—¿Ha funcionado?
—pregunté girándome en dirección a Shockman.
—Puedes dar por
seguro que sí, o tu vida en este momento valdría menos que la de un niño
paseándose solo por los Túneles de Ernépolis. Pero ya nos podemos dar prisa o
si no nuestro anfitrión reacondicionará de nuevo el escenario.
Corrimos hacia
el hueco de las escaleras y descendimos hasta la planta inferior. Nada más
llegar lo primero que vimos fue el aparato que Distorsión había logrado arrojar
por el hueco, aún funcionando, y notamos que la cantidad de insectos muertos
era menor pero igualmente notable. Corrimos recto y entramos en una inmensa
cámara llena de andamios metálicos a distintos niveles, en la que se notaba
mucha humedad. Había muchos tanques similares a la cámara donde encontramos a
Shockman, pero estaban llenos en su mayor parte de líquidos cuya función
desconocíamos por completo.
En el medio de
la enorme sala, escaleras abajo, estaba aquel alien, Treues Cluk. Estaba de
rodillas, mirando al suelo, y una nube de unos cuatro o cinco metros cuadrados
orbitaba sobre su cabeza, arrojando agua de lluvia.
—Éxeter…
—pronunció lleno de odio—, no sé por qué has hecho esto pero te mataré por
ello.
Y entonces se
incorporó y pude comprobar, atónita, que debido a su naturaleza semigaseosa
podía ver su interior a la perfección. Un interior lleno de órganos hinchados y
palpitantes, y entonces comprendí que si es doloroso que una avispa le pique a
uno en el brazo, que haga lo propio en un pulmón o en el estómago debe ser algo
poco menos que insoportable.
La nube sobre su
cabeza comenzó a emitir breves destellos. No tenía ni idea de qué estaba
pasando pero seguro que no era nada bueno. Shockman no tardó en confirmar ese
temor.
—¡A cubierto!
¡Va a lanzarnos rayos!
Salimos cada uno
en una dirección en lo que una descarga impactaba en el lugar donde habíamos
estado, y comprendimos que lo mejor era dividirse contra aquel ser. Pero allí
nuestros poderes valían de poco, puesto que Cluk era completamente orgánico. Y
si lograba recuperarse y recuperar la concentración, valdrían de menos aún.
—¿Qué hacemos?
—dije desde mi parapeto, mirando en la dirección en que los otros habían salido
corriendo.
‘Dejádmelo a mí
—escuché decir de repente, y la silueta del Caído emergió de entre las sombras.
Cluk se detuvo y le miró fijamente.
—Así que ahora
eres uno de esos héroes, ¿no es así? ¿Qué te han prometido, amnistía? ¿Fue
Reflector, tal vez?
‘No eres nada
para mí, Cluk. Ahora soy otro, más fuerte, más poderoso.
—No me engañas,
Éxeter. Siempre fuiste un flojo y siempre lo serás. Nunca tuviste lo que hacía
falta. Y tu traje, tu aspecto… pueden asustar a otros, pero a mí no.
‘No pretendo
asustarte —dijo la silueta sin más.
—¿Qué pretendes
entonces?
‘Me basta con
distraerte —contestó y, en ese momento, la rata de Shockman trepó por la pierna
de Cluk y, metiendo el hocico a través de su cuerpo semisólido, le mordió en un
órgano de su tórax sin analogía posible con ninguno humano. Cluk se revolvió,
agarró la rata y la lanzó contra la superficie transparente de uno de los
tanques, sufriendo el animal sin duda un buen golpe en el proceso. Pero la
distracción no había acabado.
Para cuando
quiso darse cuenta Shockman, ya sin hologramas que adornaran su aspecto, se
lanzó sobre él y ambos cayeron al suelo frío y metálico.
Con Cluk en
posición desventajosa, el forcejeo no tardó en saldarse a favor de Shockman.
Mojado por la nube que estaba sobre ambos, y furioso más allá de toda duda,
levantó el puño una vez y le golpeó en la cabeza. Volvió a repetir el proceso
otra vez. Y otra. Y otra. Empecé a sentir escalofríos, y no pude más cuando vi
que su mano estaba negra como si la hubiera metido dentro de un tubo de escape
en funcionamiento.
—¡Basta! —dije
conmocionada, sin saber qué más añadir—. Basta.
Shockman se
detuvo, paralizado, el agua cayendo y empapando su cabeza, sus puños y su
gabardina raída. Algo en él le estaba gritando que siguiera, sin duda, pero mi
voz detuvo o, al menos, frenó temporalmente esa orden interior.
—¿Ves como…
tengo razón? —dijo Cluk entrecortadamente—. Siempre fuiste un… flojo. Y por
eso, Éxeter…
Entendí lo que
iba a pasar cuando vi la nube sobre sus cabezas volverse de nuevo brillante,
pero estaba demasiado lejos. No podía reaccionar.
Por suerte, no
era la única persona presente en aquella sala.
—Por eso…
¡morirás!
Justo antes de
que el rayo cayera, Distorsión saltó hacia Shockman y le apartó de un empujón
poco elegante, cayendo ambos derribados al suelo. Pero Cluk tuvo peor suerte.
Su propio rayo le impactó de lleno, y la mezcla de gritos y olor a quemado se
hizo difícil de soportar. Finalmente cayó al suelo como un peso muerto y, muy
poco a poco, la nube sobre su cabeza se desvaneció. Acto seguido la carcasa
exterior de su cuerpo se vaporizó como el gas que era y sólo quedaron en el
suelo un montón de órganos achicharrados y consumidos.
Shockman se puso
en pie, fue a recoger a su rata y con delicadeza, tras comprobar que aún vivía,
la depositó en su bolsillo. Luego nos miró con el ojo entrecerrado.
—Ya lo habéis
visto. Nuestra vida no es ningún juego. Es cruel, terrible e inmisericorde. Un
día cualquiera, de repente, alguien muere y no sabes ni siquiera qué es lo que
ha pasado.
—Sé que no le
habrías matado. Tú no eres como él —dije de repente.
—Eso dices
ahora. Pero si los años amargan a un policía o a un abogado, ni te imaginas lo
que pueden hacer a la gente como nosotros. Ya lo averiguaréis tarde o temprano,
cuando estéis en el ocaso de vuestra propia edad dorada. Si queréis honrar al
muerto con vuestros respetos, os espero fuera. Es propio de santurrones como vosotros.
Salió de la
habitación y Distorsión y yo nos quedamos allí, en silencio. Allí había muerto
un indeseable, sin duda. Pero no sólo era eso, también era un icono, un resto
de un pasado que ya no estaba ni volvería jamás. El presente era nuestro ahora,
y tendríamos que pelear contra nuestros propios monstruos.
***
Cuando salimos
al exterior encontramos a Shockman junto a nuestra nave, esperando con calma,
apoyado en la carcasa.
—No os
preocupéis por mí. He mandado una señal y pronto me vendrán a recoger. Pero es
curiosa vuestra nave, con ese robot de identificación que tenéis.
Nos miramos con
incredulidad.
—No tenemos
ningún robot de identificación —dijo Distorsión, con su holograma fluctuando en
dirección a Shockman.
Al instante un
trasto esférico igual a aquel que me sondeó cuando estaba con Breakdown
apareció de detrás de la nave. Comenzó a moverse erráticamente y lanzó una
descarga cónica en dirección a Distorsión, que logró esquivarla. Acto seguido
empleó sus poderes y lo reventó como si fuera un melón maduro.
—Otra vez este
artefacto —dijo examinando los restos—. Pero no veo armas por ningún lado.
Shockman agarró
una pieza concreta. Una antena. De modo que era una especie de transmisor. ¿Un
robot espía?
—¿Te hizo algo?
—pregunté a Shockman.
—Me envolvió en
un haz de luz, pero parecía inofensivo.
Un haz de luz…
igual que hizo conmigo y Breakdown. Y aquella descarga en forma de cono con la
que trató de alcanzar a Distorsión era idéntica.
Un problema
había sido resuelto, pero otro no dejaba de volverse más y más insondable.
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