(Portada: José Antonio Marchán)
It
took a day to build the city
We
walked through its streets in the afternoon
Sting. The Dream of
the Blue Turtles
¿Por dónde iba?
Ya. Distorsión y yo habíamos realizado una incursión solitaria con el fin de
empezar a comportarnos como los héroes que queríamos ser y todo salió al revés
de cómo habíamos planeado. El objetivo al que queríamos capturar, Éxeter
—aunque ya nunca usaba ese nombre sino el real, Warren Shockman— resultó ser un
aliado. En vez de ayudarle, lo primero que hicimos fue comprometer el secreto
de su organización, Los Caídos, a los ojos de un antiguo villano de la Era
Dorada de los Héroes. Y cuando tratamos de detenerle, acabó muerto en el
transcurso de la contienda, lo que dejó un amargo regusto a nuestra exploración
heroica.
Para colmo,
aquel maldito chisme que me irradió a mí y a Breakdown en su momento, bueno, un
duplicado del mismo, claro, regresó, irradió también a Shockman y trató de
hacer lo propio con Distorsión, pero éste lo reventó sin mayor dilación. El
motivo de ese ataque en apariencia inocuo lo desconocíamos, y nuestra única
pista preliminar era que parecía ser alguna clase de androide transmisor. Pista
que Adrian no tardó en confirmarnos tras un análisis más meticuloso.
—En efecto, como
sospechabais, no está armado —dijo desde una sala improvisada como laboratorio
técnico, señalando lo poco que Distorsión había dejado de nuestro amigo volador
espía—. La naturaleza de ese rayo es desconocida para mí, pero por enésima vez,
insisto: mi opinión es que no tiene fines letales.
—¿Alguna marca
de fabricación? —preguntó Fase.
—¿Podrían ser
sondas de una especie alienígena? —aportó Overdrive.
Adrian se limitó
a cuadrarse las gafas y no contestar. Había más preguntas que respuestas.
Con todo el más
pensativo fue, como de costumbre, Distorsión. Aquel cachivache le había buscado
deliberadamente y no hacía más que pensar en ello. ¿Qué clase de nuevo problema
se estaba avecinando? ¿O las cosas no eran tan terribles como parecían y en
realidad esas esferas eran, por ejemplo, cámaras futuristas haciendo de
paparazzis artificiales? Dado mi escaso conocimiento de la sociedad que nos
rodeaba, debido a mis orígenes lejanos y apartados de los mundos coloniales más
relevantes, era poco lo que podía aportar en esa dirección.
Algo estaba
claro: eran trastos persistentes. Pero al igual que el primero que nos
encontramos en nuestro camino apareció, actuó y se estropeó sin dejarnos gran
cosa sobre la que investigar.
De ese modo el
tiempo pasó, el incidente se archivó —con una pequeña y modesta modificación en
nuestra base de datos, tanto de esos ingenios desconocidos como de Shockman y
el peligroso enemigo al que nos enfrentamos, Treues Cluk— y volvimos a tomar el
pulso de nuestra agenda musical. Seríamos héroes, pero nosotros no éramos como
Los Caídos; teníamos vida propia, asuntos de los que ocuparnos y escenarios que
llenar con el máximo número posible de seguidores.
Debo admitir,
con todo, que yo también me quedé pensando en torno a lo sucedido por un motivo
más personal. Sentada en la cama de mi habitación, apoyada en la pared,
obligaba con cierta pericia a una mosca que diera vueltas en círculos, como si
estuviera pensando al estilo de los humanos cuando se ponen a andar y cavilar
al mismo tiempo. Pero quien pensaba era yo, en realidad. Reflexionaba que nunca
me había planteado dónde estaba el verdadero límite de mis poderes, de los que
en el fondo tan poco sabía tanto yo de los míos como los otros de los suyos.
Rebotaba ondas, sí, pero ¿sólo ondas en el sentido físico de la palabra, o algo
más? Al fin y al cabo afectaba a las ondas de una piedra que chapoteaba en el
agua, algo que a simple vista no parecía posible, aunque tampoco muy útil.
Era consciente
de que creaba una suerte de ‘escudo’ invisible a mi alrededor, en el que todo
lo exterior salía reflejado y todo lo interior se quedaba dentro. Así logré
envolver a Breakdown, a riesgo de sufrir yo todos los daños de su ataque, o
rebotaba los disparos de un láser a larga distancia. Sabía que podía modificar
el tamaño del escudo, con grandes problemas a medida que exigía mayor tamaño o
precisión, aunque la forma virtual e invisible que adoptaba era algo siempre
suave y más o menos redondo (creo que la expresión que Adrian usó una vez fue
“simplemente conexo y diferenciable”, pero no tengo ni la menor idea de qué
leches quiere decir eso).
¿Y eso era todo?
¿Rebotar ondas y ya está? Sabía que la luz era una onda que podía reflejar, y
por supuesto lo mismo ocurría con el sonido, pero ¿dónde estaba el límite entre
lo tangible e intangible? ¿No hay en el ambiente ondas, también? Todo eran
preguntas para las que Distorsión o Adrian no podían más que conjeturar, puesto
que sólo la práctica acabaría dando la confirmación, por mucho que ellos
pudieran realizar conjeturas teóricas.
El problema era
que la práctica podía llevarme a la muerte en algunos casos, claro.
Así de cabizbaja
estaba de un lado para otro, en mis ratos libres y en los ensayos, cuando
Adrian, haciendo gala de su otra faceta más comercial, la de nuestro mánager,
nos anunció que habíamos sido invitados a tomar parte en un evento social. Las
caras de aburrimiento y tedio no se hicieron esperar. Éramos jóvenes, ¿de qué
otra manera podíamos reaccionar? Las conferencias y actos públicos son para los
escritores y los estirados de otras aburridas artes.
—Ya os anticipo
que sería recomendable vuestra presencia —anunció Adrian con amabilidad, que
por supuesto escondía un innegable “vais a ir os guste o no”.
—¿Y en qué
consiste el asunto? —preguntó Fase, deslizando la baqueta por el tatuaje de su
brazo.
—En el cuadrante
al que nos estamos acercando se está llevando a cabo la construcción de un
mundo satélite al completo y quieren que, junto con otras personalidades
conocidas, vayáis a verlo. La idea es que el complejo, llamado AT27, será
residencial, por lo que el trato es que podréis tocar en directo allí durante
la inauguración. ¡Tendréis un mundo completo de espectadores! —dijo sin fingir
su entusiasmo.
—Suena bien, sin
duda —comentó Overdrive rascándose la barbilla con sus dos manos izquierdas—,
sobre todo porque ya he escuchado hablar de esos mundos AT antes. Son un
prodigio arquitectónico de nuestro tiempo.
—Por favor, otra
lección artística de nuestro gran empollón alienígena no —dijo Fase agachando
la cabeza.
—Son mundos que
han revolucionado el concepto que se tenía hasta ahora de la creación meramente
funcional de satélites —continuó Overdrive haciendo caso omiso del comentario—.
A su autora se la ha denominado como “Arquitecta de Mundos”.
Distorsión
estaba muy serio, y dado que no llevaba el holo activado, tal hecho resultaba
evidente para todos los presentes.
—Esa… Arquitecta
de Mundos es Andrea Turm, ¿no es así? De ahí las siglas de sus obras.
—En efecto
—comentó Overdrive.
—Hay algo que
conviene que os cuente ya mismo —concluyó mirando al Cosmos desde una escotilla
cercana—. Esa mujer, tiempo atrás, solicitó nuestros servicios. Pero como ya no
éramos mercenarios rechacé el encargo.
—¿En qué
consistía el trabajito? —preguntó Delay, silencioso como de costumbre hasta ese
mismo momento.
—El plazo para
la construcción de uno de sus mundos se acababa y pidió que actuáramos para
fingir una acción de sabotaje. De ese modo, al producirse un accidente, según
las cláusulas de su contrato éste sería prorrogado y podría terminar todo en el
plazo previsto.
—No lo entiendo,
si su cliente quería terminar el proyecto, ¿por qué no prorrogar ese contrato
sin más?
—Cláusulas de
perjuicio —explicó Overdrive—. Si no cumple su parte del contrato, se ve
obligada a indemnizar al cliente y trabajar gratis para él.
—Eso suena ruin
y rastrero —comenté.
—Es algo a lo
que vosotros podríais tener que someteros en algún momento, así que espero que
aprendáis de este caso concreto y no mordáis más de lo que podéis tragar
—advirtió Adrian.
—Es cierto,
ahora que lo dices Michael Jackson tuvo que firmar algo similar con uno de sus
últimos trabajos, si no el último —recordé.
—¿Quién es
Michael Jackson? —preguntó Fase rascándose la cabeza—. Ya veo, uno de esos tíos
de hace siglos que sólo tú conoces y escuchas.
Adrian retomó el
hilo de la conversación.
—Muy bien,
entonces asumo que no hay objeciones. Diré que aceptáis el ofrecimiento con
gran amabilidad —miró en dirección a Distorsión, lo que hizo que casi me riera
en voz alta— y os quiero ver allí sin ninguna clase de excusa. ¿Entendido?
Un “sí” pobre,
apagado y apesadumbrado fue lo que Adrian obtuvo por respuesta, pero un sí
después de todo.
Mientras nos largábamos
a seguir ensayando me acerqué a Distorsión y le intercepté a medio camino.
—¿Qué clase de
mujer es esa Andrea Turm? Nunca nos hablaste de ella.
—¿Celosa?
—sugirió con tono burlesco, pero el semblante no tardó en ponérsele serio de
nuevo—. Una autoridad en lo suyo, por lo que busqué antes de encontrarme con
ella. Altiva, de trato difícil, ambiciosa… una artista prototípica, vamos.
Fruncí el ceño.
—Vale, en parte
te sigo tomando el pelo. Nos saca una década o más, así que no te preocupes,
no, gracias. Aunque eso no implica que no sea de buen ver —eso lo hizo porque
sabía cuánto detestaba que se hablara del físico de otra mujer delante de mí—.
Se mueve en círculos monetarios muy notables… me da la sensación de que un
contrato nuestro es un chiste comparado con sus honorarios. Además de eso ha
ganado una gran cantidad de premios arquitectónicos, incluido el Priz... el
Prit…
—El Pritzker
—apuntó Overdrive acoplándose a la conversación—. El más importante que puede
ganar un arquitecto, por su mundo AT03, o Mundotorre, como lo llaman. También
ha diseñado, entre otros, los Mundos Nube de Antares.
—Vaya, por una
vez se puso original para nombrar —comenté.
—En realidad
ella los llamó AT07.
—Oh.
Distorsión se
quedó un momento pensando y miró a Overdrive.
—Ni lo sueñes
—dijo devolviendo la mirada a Distorsión—. No voy empezar a nombrar las
canciones como TJ01, TJ02 y en adelante.
—No he dicho
nada.
—Está pensando
en algo aún peor, seguro —añadí marchándome pasillo abajo, dejando que
siguieran discutiendo de asuntos creativos. Siempre se me dio mal poner nombre
a las canciones.
***
Aun con todo me
quedé con ganas de saber más de esa mujer, pero como todas las cosas superfluas
y no prioritarias me olvidé de ello por completo hasta el mismo día de tener
que dirigirnos hacia AT27. De todos modos, un rato antes, estuve investigando
desde mi terminal, ya que no me cuadraba que una mujer como ella pudiera haber
sabido de gente como nosotros, y obtuve una prueba de que tenía más facetas de
las que en un principio podía parecer a simple vista.
—Es experta en
defensa personal —comenté en lo que íbamos al hangar para realizar el viaje,
que en realidad sería breve. Distorsión, que iba a en cabeza y ya tenía el holo
activado, giró el cuello ligeramente, como si me mirara de reojo—. Dice ella
misma que para defenderse de posibles locos que trataran de atacarla debido a
su fama.
—Ya que
indagaste por libre contaré algo más, pero hubiera preferido no tener que
decirlo —dijo Distorsión de repente—. En efecto fue entrenada para la
autodefensa, ya que de pequeña trataron de secuestrarla para pedir a su padre,
famoso arquitecto también, rescate por ella. Sabe usar armas blancas
reglamentarias e improvisadas y una vez un chiflado trató de matarla mientras
tomaba un refresco en una fiesta privada. Le mató en defensa propia delante de
todos los presentes, a pesar de llevar un incómodo vestido de gala y apenas
efectos personales.
—¿Qué es lo que
hizo? —pregunté, intrigada.
—Le apuñaló con
la pajita del refresco.
—¿Pero era
rígida, acaso?
Llegamos al
hangar, donde Adrian nos estaba esperando, escuchó nuestra conversación, y se
incorporó a ella.
—Si coges una
pajita y la tapas con el dedo pulgar, por el extremo superior, la columna de
aire que se encuentra en su interior, por efecto de la presión atmosférica, la
convertirá en una varilla tan rígida como si fuera de acero y tan fina como una
cuchilla de afeitar. Puede atravesar una patata como si fuera mantequilla
derretida (prueba a hacerlo cuando regreséis si no me crees), así que imaginad
lo que puede hacerle a un ser humano o de composición grasa similar. Y ahora
por favor meteros en el vehículo, ser amables, no os metáis en problemas y no
contéis esta historia allí abajo. Tenemos que aprovechar esta ocasión, puede
ser vuestro salto a primera división.
Eso era lo que
Adrian siempre decía, pero claro, ¿cómo saber cuál era la llave que abría las
puertas de los directos multitudinarios? De modo que había que poner buena cara
a todos los eventos como si fuera el último al que asistir justo antes de
retirarnos.
Overdrive se
puso a los mandos de la nave, ya que Distorsión, teniendo en cuenta su mal
humor en ese momento, los hubiera quemado por completo. Claro que no era un
estado de ánimo que los demás no compartiéramos en nuestra mayor parte; por
delante teníamos la expectativa de una velada aburrida, latosa y, encima, que
no nos presentaba el menor interés. Sólo nuestro entusiasta piloto alien estaba
algo más emocionado por nuestra inminente visita, los demás apoyábamos la
barbilla en el puño y mirábamos con ojos entrecerrados las estrellas y planetas
que íbamos dejando a nuestras espaldas.
—¿Sabéis que
Andrea Turm es descendiente directa de Naia Turm? ¡Ni más ni menos que la
creadora de Aresia y los primeros complejos colonizables de Marte!
—Apasionante
—comentó Fase sin dejar de mirar por la ventana. De repente se recolocó en su
asiento, sorprendido, y todos miramos en su dirección.
Ante nosotros se
erigía un satélite metálico por completo. No sabría bien por dónde empezar a
describir la extraña y fascinante sensación que me producía su mirada, pero en
mi cabeza parecía como si estuviera vivo. Digo esto porque su forma no se
limitaba a la redondez de un trozo de roca cualquiera, sino que estaba
retorcido sobre sí mismo como si estuviera dentro y fuera de él a la vez. Tenía
grandes cantidades de salientes y protuberancias que no tardé en identificar
como edificios, doblados a su vez en formas delirantes que me hacían olvidar lo
que era una línea recta. Una enorme cúpula que seguía el contorno del satélite
a la perfección lo cubría por todas partes, con una doble capa destinada a no
dejar escapar aire de la atmósfera artificial.
—Ahí lo tenéis
—apuntó Overdrive, orgulloso—. AT27, la última creación de Andrea Turm.
—Ya veo que
alguien decidió darle a la tecla de formas aleatorias de los programas de
diseño gráfico más sofisticados de la llanura —comentó Fase, envidioso.
—En realidad
Turm proyecta todas sus creaciones con técnicas… arcaicas —aclaró Overdrive—.
Lápiz, planos, rotring, portaminas. Métodos del pasado para mundos del futuro.
Métodos del
pasado para mundos del futuro. Aquella frase me hizo reflexionar, mucho más de
hecho de lo que los demás se hubieran podido imaginar.
La nave atravesó
la doble cúpula sin contratiempos y enseguida pudimos aterrizar en el hangar
que un dispositivo central automatizado nos había asignado. Nada más se abrió
la carlinga y pusimos pie en aquella mezcla de vidrio y metal tan viva en
apariencia, me inquietó el indescriptible silencio que gobernaba a nuestro
alrededor. Parecíamos los únicos seres vivos en kilómetros a la redonda, y no
era una afirmación dicha ni mucho menos a la ligera. La sensación era
misteriosa, evocadora y abrumadora, todo al mismo tiempo, y no dudé que la
creadora de ese microcosmos estaría encantada de saber que había provocado, al
menos en mí, esa mezcla de sentimientos contrapuestos.
Como si la
hubiera invocado con el poder del pensamiento, un panel se abrió frente a
nosotros, dividido en segmentos no rectilíneos, y una especie de ascensor
emergió hasta colocarse a nuestra altura. Fue cuando reparé que estábamos en lo
alto de una de esas torres retorcidas que habíamos visto desde el espacio, y
por eso la vista era tan increíble de contemplar y disfrutar.
A través del
cristal pulido y ondulado del ascensor atisbamos una mujer. Era tal cual la
había visto en fotografías: alta, delgada, morena y con el pelo recogido en una
coleta. Bien arreglada y vestida con un traje azul y blusa de mismo color pero
en un tono más claro. Calzaba unos tacones de altura media y sus manos estaban
entrelazadas. En su rostro, de ojos cerrados, marrones y hostiles, que me
pareció tener rasgos de Francia, un antiguo país terrestre, descansaban unas
gafas de cristales redondos. Su pelo cuidado al milímetro portaba en el lado
derecho un pequeño pero resaltado broche de adorno con forma de cartabón, y en
la oreja izquierda descansaba un lapicero corto de punta afilada y caras negras
y amarillas.
Así fue la
primera impresión que tuve de Andrea Turm. Luego de eso la compuerta del
ascensor se abrió, avanzó un par de pasos y se plantó frente a nosotros, pero
sin dejar de mirar a Distorsión.
—Bienvenidos
—dijo con voz suave y cierto acento que no supe reconocer—. Gracias por aceptar
la invitación. Espero que disfruten de esta visita privada a AT27.
—Gracias a usted
por permitirnos… —empezó Overdrive, pero Distorsión le interrumpió.
—En la medida de
lo posible desearía no tener que fingir que no nos conocemos —soltó de repente,
tan diplomático como de costumbre. Turm se llevó la mano a las gafas y se las
quitó de un solo gesto.
—Ya veo. Se
refiere a nuestra negociación fallida. No deben preocuparse por eso, es cosa
del pasado. Entiendo su postura, como ya me la hizo saber.
—Me alegra
escuchar eso —dijo Distorsión, con su holo imperturbable, eternamente estático.
—Pasen al
ascensor, por favor.
Así hicimos, y
pronto estuvimos descendiendo niveles y niveles a medida que nos maravillábamos
con la inmensa cantidad de complejas capas de edificios que aparecían a nuestra
vista, superpuestas de modo que resultaba imposible discernir dónde empezaba
una y dónde acababa otra.
—No sé si tienen
alguna clase de formación en Bellas Artes. Por si les suena, el estilo es
Fobiano orgánico, una sinergia de los primeros satélites que fueron colonizados
pero con un toque de modernidad maleable que imita a la naturaleza por la
manera en que los edificios y la forma general del satélite se adaptan a la
estructura original de la roca que envuelve.
—¿Hay roca
debajo, entonces? —preguntó Overdrive.
—Por supuesto.
La idea siempre fue aprovechar la materia prima original —el ascensor se paró—.
Síganme por aquí, por favor.
A nivel de calle
la sensación de empequeñecimiento era aún más fuerte, debido sobre todo a que a
pesar de estar rodeados por enormes bloques había vacíos que aún nos permitían
contemplar un vasto horizonte y hasta apreciar la curvatura del satélite a ras
de suelo. Aun con todo, había algo que seguía inquietándome.
Los edificios no
tenían puertas.
—Para la vista
de peatón quise imitar dos míticas ciudades de la antigüedad: por un lado
Atenas con sus horizontes aparentemente inalcanzables, pero en realidad más
cercanos de lo que parece a simple vista, y por otro Berlín con sus monumentos
brutalistas de bloques silenciosos que se interponen en el camino del
transeúnte. De hecho este mundo, más que una residencia, yo lo veo como un
monumento. Un homenaje a la colonización y al progreso de la humanidad al
completo.
—¿Dónde
tocaremos nosotros llegado el momento? —preguntó Overdrive, asumiendo su
clásico rol diplomático.
—Siguiendo la
influencia clásica de las Edades Oscuras he diseñado un vasto anfiteatro con
aforo para cincuenta mil espectadores. Pero antes de llevarles allí les
propongo una apasionante experiencia, única e irrepetible: que recorran estas
calles por ustedes mismos, explorando sin necesidad de mi asistencia. No se
preocupen si se pierden, yo estaré cerca para ayudarles.
—Disculpe la
pregunta, pero ¿cómo va a hacer algo así? ¿Está el satélite robotizado al completo
y manejado por un ordenador central?
—Algo más
sorprendente aún, señorita. Veo que no conocen mi manera de trabajar ni por qué
me llaman Arquitecta de Mundos o porqué uso la denominación AT para todos
ellos. Pero no se preocupen, no tardarán en averiguarlo.
—¿No esperamos
al resto de los invitados? —apunté nuevamente.
—Finalmente
vendrán en tandas separadas. Pensé que de ese modo la experiencia sería más…
intensa para ustedes.
Se llevó los
dedos a su broche en forma de cartabón y, al pulsarlo, el suelo se abrió otra
vez frente a nosotros y un nuevo ascensor surgió ante nuestras narices, sin que
hubiéramos siquiera sospechado que pudiera estar ahí. Turm entró y el cristal
que hacía de compuerta se cerró tras ella.
—Yo tomaré un
camino directo a través del núcleo. Les espero allí, y no lo olviden, disfruten
de la experiencia, yo velaré por ustedes si se pierden.
Acto seguido el
ascensor descendió, el suelo se volvió a recoger y nos quedamos igual de solos
que cuando habíamos llegado.
—Una mujer peculiar,
sin duda —comenté.
—Para un lugar
peculiar —añadió Distorsión—. Vamos, pongámonos en marcha y así nos largaremos
cuanto antes.
Lo primero que
nos quedó claro tras dar unas cuantas vueltas infructuosas era que aquel lugar
era un laberinto en miniatura. No porque fuera en global pequeño, sino porque
los corredores resultaban muy anchos, como calles que se suponía que eran, pero
aun así, la ausencia de puertas y, también, ventanas ni nada parecido seguía
siendo un misterio para mí y así se lo hice notar a los otros.
—Con lo
simbólicos que son los arquitectos, quizá es su manera de hacer notar cómo las
personas se aíslan del mundo exterior cada vez que entran en sus casas —comentó
Overdrive.
Eso seguía sin
convencerme. Algo sabía de arquitectura y lo primero que es, más que un arte,
una ingeniería. Y como tal, no podía dejar de lado la utilidad en beneficio de
un mayor reconocimiento como obra de arte. Un escultor podía construir un cañón
de ruedas cuadradas para expresar la inutilidad de la guerra, un arquitecto no
podía permitirse lujo semejante, al emplear mucho dinero para ejecutar sus
obras y tener un cliente con exigencias detrás de ese dinero.
De repente, a la
altura de la calle, se empezó a abrir un ventanuco. Pequeño, de forma no
cuadrada por supuesto. Al fin un signo de algo que permitía acceder al interior
de los edificios.
Mi especulación
no pudo ser más errónea cuando vimos que del interior del hueco, muy
lentamente, emergían un par de cañones láser.
—Debe ser una
broma —dijo Distorsión mirando fijamente el arma. Esperó a que recargara
energía y lo hizo reventar sin mayor dilación.
—De repente, a
nuestra espalda, en la parte de enfrente de la calle, apareció otro, que siguió
el mismo camino. Dos más surgieron arriba, que esta vez neutralizó Overdrive
apagándolos. Todos los cañones se replegaron, los ventanucos se cerraron, y se
volvieron a abrir, con cañones nuevos y relucientes.
Por supuesto, no
tardaron en tener el mismo final, pero al encargarme yo de uno rebotando el
disparo, pude comprobar que era potencia letal.
Los ventanucos
se cerraron una segunda vez y ya no volvieron a abrirse.
—¿Y esto a qué
viene? —se preguntó Fase. Pero Distorsión, pensativo y mirando a lo alto de los
edificios, comenzó a hablar.
—Por eso no
tienen puertas ni ventanas, ni podemos acceder a su interior. Están plagados de
cañones, tal vez por completo. Si dividimos la altura del edificio por el ancho
de uno de esos huecos, teniendo en cuenta el tamaño de la base, asemejándolo a
un prisma rectangular para calcular el volumen por rodajas… asumiendo que para
la movilidad necesitan espacio y una distancia de seguridad, y que los
interiores serán más largos que los más pegados a las paredes…
—¿Y bien,
profesor? —dijo Delay.
—Cada uno de
estos bloques puede albergar un millar o más de cañones de estos —concluyó
Distorsión, preocupado.
‘Entre mil y mil
cien de media, de hecho. Excelentes cálculos —dijo una voz que sonaba de todas
partes y de ninguna a la vez.
—Turm —susurró
Distorsión en voz baja—. No tardaríamos en averiguar por qué la llamaban
Arquitecta de Mundos, ¿verdad?
‘Yo hago mucho
más que construir mundos, patético artista de tres al cuarto. Yo soy los mundos. Me conecto con ellos y
controlo todo sistema, todo dispositivo, todo artefacto del mismo. Por eso este
mundo se llama AT27, y por eso a mí misma, cuando me conecto, me suelen llamar
a menudo A.T.
—Así que debemos
tomarnos esos disparos como una agresión directa, entonces.
‘Como si
apretara el gatillo con mis propios dedos. Vosotros arruinasteis mi vida,
gusanos. Ha sido humillante tener que hablaros en tono formal, como si fuerais
mis iguales, pero por fin estáis justo donde esperaba teneros. Os conozco,
Jammers. Os he estudiado bien. Podréis apagar y destruir todas las máquinas del
mundo y rebotar todos los disparos, pero no eternamente. Poco a poco os
cansaréis, y cuando eso ocurra, me habré vengado de vosotros.
—Por rechazar el
encargo, ¿verdad? ¿Qué ocurrió?
‘¿Crees que os
lo diré tan fácil? No, ni hablar. Ahora soy yo quien negociará con vosotros.
Venid a mí, buscadme, y cuanto más cerca estéis, más os contaré. ¿Estáis
dispuestos a enfrentaros a un planeta entero?
Distorsión miró
a una serie de puntos sobre nuestras cabezas, que identificó como los emisores
de la voz y los hizo estallar a todos sin el menor miramiento.
—Puedes apostar
por ello —contestó furioso, con los puños cerrados y los brazos arqueados.
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