(Portada: Natalia Cano)
This
prison has now become your home
A
sentence you seem prepared to pay
Sting. The Dream of
the Blue Turtles
¿Dónde
estábamos? Ya estoy. Lo que en principio iba a ser una aburrida visita formal a
un satélite artificial, en el que teníamos la esperanza de realizar un directo
multitudinario, empezó a adquirir interés cuando aterrizamos y nos quedamos
maravillados con la extraña y atmosférica arquitectura con que su creadora,
Andrea Turm, lo había diseñado. Luego de darnos una vuelta por los recovecos
del satélite nos dejó solos para que nos
perdiéramos, según sus propias palabras metafóricas.
Sólo que la
metáfora acabó volviéndose real, y cuando ya llevábamos un buen rato dando
vueltas sin rumbo ni destino, un cañón apareció de uno de los edificios con la
malsana intención de vaporizarnos.
Por supuesto un
miserable trasto láser de pared no era rival para prácticamente ninguno de
nosotros, pero luego apareció otro, y otro, y otro más, todo ello para dejarnos
patente que estábamos echando una competición para ver qué se agotaba antes, si
la reserva armamentística del satélite o nuestras fuerzas.
Tuvimos también
un recital improvisado de Turm en persona, conectada al mundo que nos alojaba
en el sentido literal de la palabra. Según ella, era tanto como si sintiera
hasta la última máquina que albergaba en su interior.
Eso fue hace
unos cuantos minutos, cuando Distorsión calculó que cada edificio podía alojar
alrededor de miles de esos cañones del demonio.
Y un poco antes
de que los cañones empezaran a aparecer por docenas y con las mismas malas
intenciones que los que habíamos frito hacía un rato.
Pero antes de
continuar narrando lo que ocurrió me gustaría pararme un momento a explicar de
qué manera funciona el aguante de nuestros poderes.
Hace la tira de
tiempo existía un deporte llamado ping-pong. Un juego tedioso, exasperante
hasta lo indecible —al menos para mí— en el que se empleaban unas palas para
golpear una ridícula pelotita de plástico. Era un clásico, para matar el rato,
coger la pala en posición horizontal y hacer que la pelota rebotara una y otra
vez sin que cayera al suelo. Era fácil repetirlo diez veces, y veinte, y
treinta. Pero cuanto ibas por varios cientos ya empezabas, más que a cansarte,
a hastiarte por completo. La concentración fallaba, la bola empezaba a rozar
los laterales de la pala, y uno lo acababa dejando porque, decía, se aburría,
pero en realidad era debido a que era completamente incapaz de aguantar un solo
minuto más.
Algo así era lo
que le estaba pasando a Distorsión y Overdrive. Cada uno de ellos estaba en un
lateral del grupo. Distorsión freía los chismes de la derecha, Overdrive
desconectaba los de la izquierda. En el medio estábamos, en fila india, detrás
Delay, el segundo Fase, y la primera yo. Vigilaba que ninguno de esos aparatos
llegase nunca a disparar, y si alguno lo hacía, creaba un campo que nos
protegía a todos y rebotaba el tiro en cualquier otra dirección. El problema
era que, al envolver a los cinco, si Distorsión u Overdrive querían cargarse
ese trasto en concreto tenía que bajar la burbuja, y si no nos coordinábamos
bien podía haber graves consecuencias al respecto.
Mis poderes, por
otro lado, son factor del aguante, no de la constancia. No era difícil hacer lo
que hacía; lo complicado era hacerlo durante un rato prolongado. Aunque también
es verdad que si quería probar algo más que lo meramente básico —barrera
cercana de protección de forma más o menos indiferente— eso sí suponía un
esfuerzo adicional por mi parte. Pero dado que no había nadie a quien pudiera
herir, en ese sentido podía tomármelo con calma.
El ritmo de
aparición de esos trastos era poco menos que demencial. Había muchísimos de
ellos y nunca dejaban de surgir más. Llegué a tener la sensación de que eran
infinitos, como en un videojuego. Y claro, aunque seas el mejor del mundo
jugando, en la vida real basta un solo fallo, uno solo, y a la mierda, Game
Over.
Probamos a
correr, por si de ese modo mejoraba nuestra situación, pero había dos
problemas. El primero, que el cansancio de Distorsión y Overdrive aumentaba. El
segundo, que los cañones calculaban nuestra trayectoria en movimiento. No
apuntaban donde estábamos, sino donde calculaban que estaríamos.
Al menos no nos
dio por separarnos para explorar. En ese caso la vida de Fase, por ejemplo, no
habría valido un miserable qin.
Llevábamos casi
media hora sin hablar. ¿Para qué? ¿Para constatar lo chungo de nuestra
situación? ¿Para desconcentrarnos y que todo acabara? Pero algo estaba claro en
la cabeza de todos: había que cambiar el chip, no podíamos estar así para
siempre.
Fue más o menos
en ese momento cuando volvimos a escuchar la voz de nuestra enemiga.
‘Sois
resistentes, pero todo el mundo acaba por cometer un traspiés. Aun así, os
felicito. Aunque estuvierais a punto de caer el tiempo total que habéis
aguantado es merecedor de ser tenido en cuenta.
—Esto es como un
videojuego —dije en voz alta para mí misma—, sólo que no está pensado para
darnos opción a ganar.
—Tus armas no
durarán eternamente —amenazó Distorsión.
‘Tienes razón.
Pero a la vista de los últimos minutos, lo más probable es que duren más que
tú.
Después de eso,
silencio de nuevo. Otra vez solos, aunque sabíamos que estábamos constantemente
vigilados.
—¿Cómo hace para
vernos? —pregunté.
—No nos ve, nos
detecta. No necesita cámaras para saber dónde estamos ni lo que hacemos
—respondió Distorsión, aún reventando cañones—. Es el momento de hacer tormenta
creativa.
—Peguémonos a un
lateral —propuso Fase—. Así sólo habrá que ocuparse de un lado.
—Negativo
—objetó Overdrive—. Tienen autonomía para apuntar hacia abajo y nosotros, por
otro lado, perderíamos visibilidad. Llamemos a Adrian, que nos saque de aquí
con el Acorde.
Distorsión negó
con la cabeza.
—Ya lo pensé,
pero las comunicaciones están interceptadas. Y aunque Fase ingeniara un método
usando tanto sus conocimientos como sus poderes, el Acorde no podría pasar la
doble cúpula por sus propios medios. ¿Qué podemos hacer, Delay?
—Nada.
—Vaya, siempre
tan optimista —comenté.
—No, digo que no
hagamos nada. Hay miles de cañones en cada edificio, ¿verdad? Bien, no nos
movamos de aquí. En algún momento se acabarán en este sector.
—Esa es una
buena idea —agregó Fase.
De modo que así
hicimos. Nos preparamos para freír todo trasto que se nos pusiera a tiro hasta
quedarnos solos. Salieron un par por un lado, otro par a lo lejos.
Y ya no salieron
más.
—Nos escucha
—explicó Distorsión—. Antes que sacar toda la artillería a la vez, los sacará a
ratos con la esperanza de pillarnos desprevenidos. Nos relevaremos, entonces.
Overdrive, tú reventarás los cañones que salgan. Delay, tú serás sus ojos en la
espalda y gritarás si alguno se escapa para que Echo nos proteja de manera
automática. Nosotros tres… seguiremos pensando.
Así estuvimos
durante un buen rato, pero tardé en comprender que más que planes, lo que
formulábamos eran vagas conjeturas.
—Dijo que
teníamos que ir a un anfiteatro —recordó Distorsión—, pero puede que ese lugar
ni siquiera exista. Tenemos que ir donde esté escondida y desconectarla.
—Ella vino en
ascensores —sugerí—. Alguno tiene que permitirnos bajar.
—Cada ascensor
está a gran profundidad, sin duda, por lo que no podemos ni sentirlo —objetó
Distorsión—. Y aunque encontráramos una compuerta de entrada, apagarla o
inutilizarla sólo nos cerraría el camino. ¿Fase? ¿No hay manera de que trastees
con ellas para que las abramos manualmente?
—Para eso
tenemos que encontrar alguna clase de dispositivo que pueda manipular, y no
hemos visto nada así hasta ahora.
De modo que no
habíamos avanzado nada de nada, pero al menos ya teníamos un objetivo:
encontrar una entrada en el suelo. Algo con lo que Fase pudiera juguetear para
abrirnos el camino al núcleo.
Sólo una cosa me
tenía preocupada: si fuera esa la solución, ¿no nos habría dado Turm la pista
al usar los ascensores? En todo caso no había nada mejor que pudiéramos hacer,
por lo que de nuevo nos pusimos en camino y seguimos andando.
‘Bien, veo que
habéis cambiado la estrategia. Esto será más divertido entonces. Comienza una
nueva etapa de vuestro viaje.
Los cañones
volvieron a disparar a toda potencia y con plena regularidad. No era algo que
no nos pillara por sorpresa, por otro lado.
Que el suelo se
abriera con violencia en cuanto di el siguiente paso sí que no lo esperábamos.
Logré mantener
el equilibrio y me eché hacia atrás. Como iba en cabeza los demás se detuvieron
a tiempo. Pero la plancha de metal ya caía en picado hacia el lugar al que
buscábamos llegar, sólo que de manera menos directa.
Me asomé al
fondo. Pinchos. Pinchos, joder. Había que ser muy retorcido para comportarse de
esa manera, tener mucha mala uva almacenada en el interior. Lo que me hizo
replantearme una pregunta.
—¿A ti qué se
supone que te pasa, tía? ¡Sí, te hablo a ti, pija estirada! ¿Qué te hemos hecho
para odiarnos tanto?
Los cañones
pararon. Hubo un silencio atronador durante varios segundos.
‘¿Cómo te
atreves a hablarme de esa manera? Vosotros que no sabéis lo que es el
sacrificio, el esfuerzo que supone darlo todo por la profesión que practicas.
¡Vosotros, que sólo sois unos hippies que esperan estar un par de años en el
Top Ten de las listas! ¡Yo creo mundos! ¡Lugares que quitan el aliento a
quienes los visitan!
—Ya veo —replicó
Distorsión—. Tu carrera se fue a pique porque rechazamos tu encargo, ¿verdad?
‘¿Mi carrera? ¿A
pique? ¡Ni hablar! ¡Pero vosotros sí que vais camino del abismo!
Y después de
eso, dejó de hablar. Vuelta al bucle que cada vez se hacía más difícil de
sobrellevar.
—Esto no
funciona —dije, desesperada—. Ahora no sólo tenemos que vigilar a los lados,
sino también abajo. ¡Tendremos que ir aún más lento!
—Tranquila, Echo
—dijo de repente Delay, tratando de calmarme, pero el hecho de que hablara de
esa manera era muestra patente de lo complicado de nuestra situación—. Eso es
lo que busca ella, ponernos nerviosos para que cometamos un error. Yo iré
delante. Para que el suelo ceda tiene que activarlo de alguna manera. Estaré
alerta y, en cuanto vea el menor signo de actividad, ralentizaré el mecanismo.
—Eso requiere
muchísimos reflejos, Delay —objetó Fase—, y creo que sería inútil. Claramente
es un dispositivo que funciona por peso.
—¿Cómo puedes
estar tan seguro? —se preguntó Overdrive, aún concentrado en su tarea.
—Fácil —dijo
Fase con sencillez—. Si lo activara cuando quisiera, lo hubiera hecho con todos
encima de la plancha, no justo cuando Echo empezaba a entrar en ella.
Le miramos todos
durante un segundo, cavilando. No era mal razonamiento.
—De acuerdo
—terminó por zanjar Distorsión—. Echo, Delay y tú, formad una cadena humana.
Sea cual sea la manera en que el suelo se abre a nuestros pies, eso será mejor
que nada para proteger al que vaya por delante. Y si Fase se equivoca y caemos
todos… un placer haber compartido bolos con vosotros.
De ese modo
seguimos avanzando con lentitud cada vez mayor, pero sin detenernos en ningún
momento. Sin embargo, al cabo de horas y horas de movernos de esa manera, de
evitar disparos de cañones, de que varias veces estuviera el suelo a punto de
tragarnos, volvimos a quedarnos quietos y en punto muerto, agotados.
—Es inútil —dijo
esta vez Overdrive, sin duda uno de los que más acusaba el transcurso del
tiempo—. No hay manera de llegar al núcleo.
—Tiene que
haberla —trató de animarle Distorsión—. Ella es arquitecta, crea lugares
habitables, no cajas sorpresa. Si los ascensores fallaran tendría que haber
otro modo de entrar, un acceso manual.
‘Lugares
habitables… —escuchamos nuevamente—. Qué burda manera de referirse a los
espacios que proyecto. Sí, Distorsión, yo creo lugares habitables, como los
llamas, pero a tu amiga no le pasó desapercibido que estos edificios no tenían
puertas y ventanas, y eso es porque no tenían que ser viviendas, eran
monumentos. Todo este satélite era un monumento colosal, se suponía que iba a
ser la obra maestra de mi carrera. Pero por vuestra culpa he tenido que
rebajarme a hacer casas para gente que será incapaz de apreciar el trabajo y la
maestría que se ha puesto en su elaboración.
—Hablas mucho,
pero seguimos sin saber qué es lo que hicimos exactamente nosotros —insistió
Distorsión.
‘Tienes razón,
mercenario de pacotilla. Por eso, y porque vuestro final está cerca, os lo
contaré. Ya habrás deducido que tuve que indemnizar a mi cliente por no poder
cumplir los pagos a tiempo. Lo que no dedujiste es que trabajaba en un estudio.
El estudio de mi padre, Horace Turm, ni más ni menos. ¡Y no entré por afinidad
sanguínea precisamente! Me puso los mayores obstáculos, los retos más
complicados. Y yo se lo agradecí, porque no quería que nadie hablara a mis
espaldas de que había recibido trato de favor alguno.
»Pero cuando el
estudio, en mi nombre, tuvo que pagar a mi cliente, él decidió prescindir de
mí. Mi reputación se puso en entredicho, todo el mundo empezó a plantearse qué
habría hecho para que mi propio padre me despidiera. Tuve que rebajar mis
exigencias, mis honorarios y mis aspiraciones artísticas. ¡Por no hablar de la
humillación a la que me sometieron mis iguales, no, mis inferiores en la
profesión!
—¿Sabes una
cosa? Tú dirás lo que quieras, pero en cuanto dejaste de estar a la sombra de
papá nadie daba un pavo por ti —dije usando una antigua expresión de los
ochenta que nadie más que yo iba a entender, pero cuya hostilidad quedaba
clara.
Muy clara, de
hecho. Cientos de cañones surgieron al mismo tiempo y nos apuntaron de todas
direcciones.
‘A la sombra de
papá, ¿no? Bien, veremos cuánto aguantas tú sin estar a la sombra de tus
amigos.
Los cañones
dispararon al unísono, y desde el primer momento la única oportunidad fue que
rebotara los tiros que venían de todos lados. Se montó un verdadero caos con
disparos por todas partes y un sonido ensordecedor. Los haces láser salían
rebotados en todas las direcciones, a menudo impactando en otros cañones por el
único motivo de que había tantos operativos que por mera suerte a veces daban
en el blanco. El fuego era muy sostenido y cada vez más fuerte, y sin que
Distorsión ni Overdrive pudieran ayudarme teníamos los minutos literalmente
contados.
—¡Si alguien
tiene una idea genial, que no se la guarde! —replicó Fase.
—Yo sólo tengo
una observación —dije con esfuerzo, como si estuviera aguantando un peso enorme
sobre los hombros—. ¡Si nos está haciendo esto ahora es porque estamos
realmente cerca de nuestro objetivo!
—Echo tiene
razón —razonó Distorsión, más calmado. Resultaba irónico verle pensar y hablar
con tranquilidad a pesar de que docenas de disparos impactaban sobre nuestro
escudo invisible sin piedad—. Algo hemos dicho que la ha puesto en alerta…
hablábamos de buscar un acceso alternativo, una entrada que nos haya pasado
desapercibida…
De repente miró
al frente, como iluminado por una luz divina, y se giró hacia Delay.
—¡Echo, hacia la
pared!
Así hice,
corriendo hacia el edificio más cercano. El fuego era cada vez más
insostenible, pero logramos nuestro objetivo, colocándonos a pocos metros de un
cañón que estaba a nuestra propia altura.
—A mi señal,
amplía la barrera para meterlo en nuestro radio. Overdrive, Fase… ¿lo captáis?
Asintieron con
la cabeza, y no hubo más dilación. Cada segundo era crucial, puesto que nuestra
enemiga controlaba todos nuestros movimientos.
—¡Ya!
Amplié la
barrera, y nada más hacerlo, Overdrive apagó el fuego del cañón. Imagino que
Turm entendió lo que pretendíamos hacer porque trató de retraer el cañón y
cerrar el hueco por el que se asomaba, pero Delay ralentizó su movimiento y se
empezó a mover a cámara muy lenta. Distorsión buscó un asidero en el arma y lo
cogió con firmeza. Después de eso me agarró de la cintura con fuerza. Yo cogí
las dos manos izquierdas de Overdrive, y así nos aferramos unos a otros hasta
que todos estuvimos encadenados como en una cordada.
—Esto va a doler
—advirtió Delay, ya incapaz de aguantar por más tiempo—. Tres, dos, uno,
¡despegue!
Dejó de retardar
el cañón y salimos poco menos que escopetados hacia el hueco justo antes de que
se cerrara tras nosotros. Una vez dentro recorrimos varios metros más, en lo
que el cañón volvía a su posición original, a través de un estrecho túnel
metálico contra el que golpeábamos a menudo. Turm no había cometido el error de
hacer un túnel grande por el que pudiéramos escapar, como los villanos de las
series que veía cuando era pequeña; el túnel tenía que tener el tamaño del
hueco o de lo contrario el cañón no podría salir, pero al margen de eso, trató
de estrecharlo lo máximo posible.
Llegó por fin un
momento en que el cañón se preparaba para ascender y ese fue el indicativo de
que habíamos llegado a nuestra parada. Distorsión se soltó y nos pegamos un
leñazo desde unos dos metros de altura, más o menos. Estábamos doloridos pero
aún de una pieza.
A partir de ahí
todo consistió en reptar por aquel laberinto en miniatura hasta conseguir salir
a terreno más amplio. Alguna salida tenía que haber ya que, de fallar un cañón,
otro podía colarse por su hueco para sustituirle, y de ese modo fuimos
avanzando hasta que encontramos una especie de escotilla a un metro de altura,
casi a ras de suelo. Una patada por parte de Distorsión despejó el camino y el
resto fue cosa de un pequeño salto con escalada por parte de cada uno de
nosotros.
El interior del
edificio estaba a oscuras salvo la luz que se filtraba a través de las
secciones superiores de vidrio. El conglomerado de túneles era tan intrincado
que interrumpían constantemente nuestro caminar a distintas alturas. Los
cañones estaban muy arriba, y los niveles inferiores, en contra de lo que
suponíamos, estaban desprovistos de armas. Había mucho de fachada en la
impostura de nuestra enemiga.
La mirada de
todos estaba en el suelo, y a menudo las manos también, para palpar posibles
accesos, entradas, lo que fuera. Pero sólo encontrábamos polvo, remaches
oxidados, vidrios rotos y otros restos ocultos de la grandeza de una obra que
no era más que pura apariencia.
Finalmente Fase
logró reconocer un panel numérico disimulado bajo el suelo. Después de todo lo
que habíamos pasado decirnos que le llevaría un tiempo descifrarlo fue lo más
parecido que habíamos escuchado a que todo iría sobre ruedas.
Levantamos la
compuerta y nos encontramos una sencilla, prosaica y práctica escalera de mano
que descendía hasta más allá de donde éramos capaces de alcanzar con la mirada.
Distorsión bajó el primero y yo justo detrás de él, para cubrirle en caso
necesario. Overdrive fue el último, por si el peligro viniera de arriba, y de
este modo bajamos poco a poco varios cientos de metros, con paradas ocasionales
en varios descansillos, hasta alcanzar el nivel más bajo posible, el más
cercano al núcleo muerto del trozo de piedra original que era aquel satélite.
Debo admitir
que, aunque era nuestra enemiga indudable, el talento de Andrea Turm no podía
ser puesto en duda. El interior del satélite era algo que ningún visitante
vería jamás y aun así había sido diseñado como si en sí mismo fuera algo digno
de contemplación. Los pasillos eran abovedados y vidriados y permitían ver la
estructura de piedra porosa y grisácea que formaba el núcleo, como un paisaje
alucinante que sólo se podía contemplar y no visitar, lleno de cuevas,
recovecos y pasillos sólo alcanzables con la imaginación. El suelo mezclaba el
metal con la propia roca original, pareciendo como si avanzáramos por uno de
esos mismos pasillos externos, pero la realidad era que el camino era a medias
natural, a medias artificial, con planchas metálicas que completaban la ruta en
el suelo y pasillos rocosos cortados en dos al paso del túnel transparente por
el que avanzábamos.
Aunque había
ramificaciones similares a aquella por la que habíamos bajado, cientos y
cientos de ellas, la dirección central estaba clara. La ruta, por otro lado,
había disminuido notablemente su longitud con respecto a la de la superficie,
gracias a la disminución del radio a medida que bajábamos, como nos hizo notar
Distorsión.
Una amplia
puerta semiesférica se interponía entre nosotros y nuestra oponente, pero no
hizo falta abrirla. Nada más estuvimos a escasa distancia se elevó y nos dejó
ver a la causante de uno de los peores momentos que habíamos pasado
recientemente, pistola en mano.
—De modo que
habéis llegado —dijo avanzando un par de pasos, colocándose a apenas un par de
metros de distancia de Distorsión—. Debo felicitaros. Os habéis colado en las
entrañas de mi AT27. Para mí es como si estuvierais en mi propio interior.
De repente
Overdrive habló, al verse asaltado por un pensamiento repentino.
—Por eso este
lugar es tan fascinante, tan hermoso a pesar de estar oculto… esta no era su
función.
—Exacto, alien.
Me reconforta ver que al menos uno de vosotros tiene de verdad intelecto para
apreciar el arte más elevado. Este mundo fue concebido como una tumba. Una
tumba en honor a mi padre. Por eso no hay aquí cañones ni dispositivos. Hubiera
sido una deshonra a su memoria. Esperaba reconciliarme con él después de lo
sucedido mostrándole esta… esta obra que había creado para su ensalzamiento
póstumo. Pero murió antes de que pudiera verlo, y vosotros… vosotros sois los
culpables de ello.
Distorsión dio
un paso al frente.
—Turm…
enfréntate a la realidad. Tu padre fue duro e inflexible, pero en todo caso tú
fuiste la única culpable de tu decadencia profesional. Nunca te hubiera
despedido si hubieras acabado los plazos.
—Aún no lo
entiendes, ¿verdad, estúpido? —dijo a punto de soltar una lágrima—. ¡Hubiera
construido tres veces el edificio que me encargaron en el tiempo que me dieron!
Pero el problema era que mi padre ya estaba enfermo y, al mismo tiempo, empecé
a construir este mausoleo para honrarle. Por eso no pude cumplir los plazos.
—¿Por qué no se
lo explicaste? ¿Por qué no nos lo… contaste a nosotros?
—Eso hubiera
sido reconocer mi debilidad, y la debilidad es lo que mi padre quiso erradicar
de mí a cualquier precio. Pero ahora todo se acabó —dijo cargando el arma y
ajustándose las gafas inmediatamente después—. Sois muy poderosos, pero nada
podéis hacer contra algo tan terrenal como un disparo.
Avancé hasta la
altura de Distorsión y le aparté con la mano.
—Estoy harta de
ti y tus tonterías de niña rica y malcriada —dije mirándola a los ojos. Los
demás, a su vez, me observaron como si acabara de volverme loca.
—¿Quieres ser la
primera, entonces? Reservaba ese honor para tu novio, por ser él quien me
rechazó personalmente, pero puedo aumentar tu estatus si eso es lo que quieres.
Siempre me
pregunté dónde estaba el límite de mis poderes. Si no podía alterar los campos
ambiente para, de alguna manera, influir de modos que superaban lo que había
hecho hasta entonces.
Siempre estuvo
en mi cabeza la idea de si no podría, por medio de los campos
electromagnéticos, desviar objetos tales como balas.
Cerré los ojos.
Era el momento de averiguarlo.
En ese momento
no escuchaba nada. No veía nada. Creo que si Andrea Turm se hubiera limitado a
acercarse a mí y golpearme con la culata del revólver, con un poco de suerte
podría haberme matado sin que yo misma lo supiera. Pero lo que hizo fue disparar,
y eso fue todo el sonido que escuché. Un bang lejano, a un millón de kilómetros
de distancia, que sabía que venía de justo enfrente.
Cuando abrí los
ojos sólo pude ver su rostro incrédulo, con las pupilas muy abiertas por detrás
de sus gafas redondas. Miré a mi espalda. La bala estaba alojada a la altura de
la cintura pero contra la bóveda acristalada, que se quebraba a gran velocidad.
Turm dejó caer
el arma y fue corriendo hacia la herida que ella misma había infringido en su
preciado mausoleo.
—Puede repararse
—no hacía más que susurrar—. Puede repararse.
Se giró de
repente, me miró con la mirada de odio más intensa que nadie me había dirigido
jamás, y cogió el lapicero que reposaba en el lóbulo de su oreja izquierda.
Nada más lo tuvo entre las manos comprendí que no era auténtico, sino de metal.
—¡Cuidado!
—advirtió Distorsión en cuanto la vio moverse en mi dirección. Pero no fue
necesario que dijera nada. Su ataque era tan a la desesperada, a lo kamikaze,
que me aparté echándome a un lado y Turm, incapaz de detenerse, quebró el
cristal por completo con su puñal disfrazado y cayó hacia la oscuridad que un
momento antes sólo parecía un paisaje inalcanzable. Distorsión se asomó al
borde y miró por el agujero.
—Mentiría si
dijera que estoy seguro de que no volveremos a verla —acabó mientras comprobaba
que, como era de esperar, las comunicaciones habían regresado por completo.
***
El Acorde
Cósmico no tardó en llegar y, a partir del panel de control de la sala maestra,
logramos abrir el paso para escapar con la nave y que nos recogiera en órbita.
En concreto, fue Fase quien lo consiguió tras una indagación más que minuciosa.
El resto de los controles eran tan complejos que fue imposible tan siquiera
tener la menor pista de para qué podían servir y cómo exactamente usarlos. Lo
que sí que pudimos atisbar era la cámara donde Turm se debía de conectar al
planeta, saboteada para que fuera inservible, seguramente justo antes de que
llegáramos al núcleo. No nos pasó desapercibido el parecido que guardaba con un
sarcófago, ni el hecho de que estuviera posicionada sobre un pedestal donde
estaban labradas las siglas H.T.
A la vuelta le
explicamos a Adrian todo lo sucedido y nos miró con pesadumbre.
—El sendero que
estáis recorriendo está lleno de demonios que acechan detrás de cada árbol
—comentó nada más subimos de nuevo a bordo.
No tardamos en
saber que Andrea Turm no había muerto en absoluto. No es que fuera la noticia
del día ni nada por el estilo, pero un poco de indagación por parte de Fase
confirmó que había sido vista dirigiendo una obra en persona, así como
conectándose con la maquinaria del satélite en cuestión para agilizar el
proceso de edificación. Cómo había logrado sobrevivir, no había manera de
saberlo. Quizá había logrado aterrizar en un asidero, o había clavado su puñal
en la roca porosa. A lo mejor su entrenamiento la permitía aguantar impactos
que hubieran matado a otro. O tal vez la caída no era tan pronunciada y se
trataba de una ilusión de los sentidos provocada por su dominio de los horizontes
y la perspectiva. No había manera de saberlo. Podía ser una mezcla de algunas
de esas posibilidades, o tal vez de ninguna.
El incidente, en
todo caso, se quedó grabado en nuestros recuerdos, y Andrea Turm pasó a tener
su propia ficha en nuestra base de datos particular de enemigos.
Por otro lado
estaba el nuevo aspecto que había descubierto de mis propios poderes. No el
rebotar una bala, como me dijo más tarde Adrian, sino, por medio de la
manipulación de los campos electromagnéticos, desviar el arma en las propias
manos del tirador justo antes de que disparara, de tal modo que la sensación
óptica era la de que lograba desviar las balas. Pero en todo caso el resultado
era el mismo: con un poco de práctica, podría ser inmune a toda clase de
proyectiles de armas de mano metálicas.
Aun con todo
Distorsión estaba preocupado por mí, y no era para menos. Yo era quien a menudo
tenía que asumir los mayores riesgos, al tener que ponerme de cara al peligro y
dejarle reaccionar primero para después contraatacar. Así me lo dijo un día que
regresamos al mismo satélite comercial en el que conocí a Breakdown, y al que
fuimos tras lograr convencer a Distorsión de que aquello de los videojuegos
antiguos era más divertido de lo que parecía, sobre todo porque los controles
eran de plástico y sería más complicado que los rompiera por accidente.
Después de echar
unas cuantas partidas subimos a la terraza, desde la que se podían ver los
distintos bloques comerciales y las pasarelas al aire libre que unían unos con
otros, algunas de varios cientos de metros de longitud. La vista no era tan
magnética como en AT27 pero las circunstancias eran, sin duda, mucho más
amables y el momento más mágico.
—A veces pienso
que por nuestra culpa ya nunca podrás ser una chica con una vida normal.
—¿Por qué dices
eso? —pregunté mirándole a los ojos. Por una vez el odio no crispaba su mirada,
pero los tenía entrecerrados debido a que la estrella que iluminaba aquel mundo
comercial escapaba poco a poco a poco en la lejanía, dejando atrás sus últimos
e intensos rayos de luz.
—No sólo por el
accidente que te ha dado esos poderes que te obligan a tomar tantos riesgos, ni
por los enemigos que han regresado del pasado para amenazarnos a todos por
igual. Ya antes de eso te pedimos que fueras partícipe de un estilo de vida que
no tiene mucho de hogareño.
—Yo también
tengo un pasado, Distorsión. Si no hablo de ello es porque soy feliz con
vosotros y no quiero recordar los malos tiempos.
—Me alegra
escuchar eso —dijo girándose y mirándome a su vez.
Por un momento,
aunque no puedo estar segura de ello, noté como si nuestros rostros se
estuvieran acercando. Sentí uno de esos momentos que no recuerdas quién lo
inicia, pero sí cómo acaba. Pero cuando parecía que todo iba en la única
dirección lógica, noté un destello cegador que me obligó a cerrar por un
momento los ojos y a apartarme un par de pasos.
Fue cuestión de
segundos, pero cuando los abrí, descubrí que un haz de luz cónico rodeaba a
Distorsión por completo. Él mismo, pillado por sorpresa, se dio cuenta también
en ese momento, se giró y reventó al robot esférico que orbitaba por delante de
nosotros, cayendo todos sus restos a lo largo de las cinco plantas que le
separaban de la altura de la calle. Pero ya era demasiado tarde.
Al igual que
Breakdown, Warren Shockman y yo misma, Distorsión había sido irradiado. Y las
consecuencias de ello, aunque aún no lo sabíamos, no tardarían en mostrarse en
todo su esplendor.
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